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DF Tax | Gabriela y Blanca: la maternidad como un valor y una inversión

Ignacio Gepp, socio de Puente Sur

Por: Ignacio Gepp | Publicado: Jueves 19 de agosto de 2021 a las 04:00 hrs.
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Ignacio Gepp

Definir la maternidad en una columna sobre impuestos es simplemente no hacerle justica, pero podríamos llegar a un consenso sin demasiado debate en que se puede caracterizar como un regalo, al tiempo que una carga, y el fenómeno que da vida a una sociedad.

En esta columna, Gabriela es la madre y Blanca su hija. Ambas se necesitan en su rol de sustento y soporte, salvo que en momentos distintos.

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Quien también las necesita es el Fisco; a Gabriela para que con sus impuestos financie las transferencias directas que requieren miles de familias, y a Blanca para financiar la pensión (quizás) garantizada que el Estado deberá proveer a Gabriela.

Si fuéramos tradicionalistas, diríamos que la maternidad consolida la familia, definida por nuestra actual Constitución como el "núcleo fundamental de la sociedad".

Aun cuando hiciéramos pasar por la plancha a la institución del matrimonio y prendiéramos la chimenea con la Constitución, al menos hasta que vivamos en la Matrix o en una realidad virtual la maternidad es lo que nos sostiene como especie. Ni con 200 constituciones nuevas podríamos alterar esa realidad.

Si pensamos en Chile y su viabilidad demográfica, el índice de fecundidad por mujer debería ser igual o superior a 2,1. Dicho en castellano, para que la población se mantenga (en lugar de reducirse), por cada mujer deberían nacer, en promedio, 2,1 niños.

Según el Instituto Nacional de Estadísticas, en Chile nacen en promedio 1,56 niños por mujer, y eso sólo gracias a que las mujeres extranjeras aportan el 14% de los nuevos nacimientos. Tanta es su contribución, que Tarapacá les debe a las extranjeras 1 de cada 3 guagüitas, mientras que en la Región Metropolitana son 1 de cada 5.

¿Por qué una mujer como Gabriela o una familia cualquiera podría dudar de tener más hijos? No hay que mirar muy lejos para darse cuenta que tener hijos es caro, y que el apoyo criollo a la clase media es tan sólido como la convicción democrática de la Lista del Pueblo.

Así, y no obstante ser la maternidad una decisión indelegable e incuestionable de la esfera privada, sus impactos son colectivos y en Europa ya sufren las consecuencias de su disminución.

Según el profesor Alessandro Cigno de la Universidad de Florencia, en Europa una expectativa de vida más larga combinada con un índice de fecundidad baja (1,5 niños por mujer) pone a los sistemas públicos de pensiones contra las cuerdas, llevándolos a cortar beneficios o pedir mayores contribuciones. ¿Por qué? Más dinero se les paga a los viejos del que entra gracias a los jóvenes.

Chile aspira a tener un sistema público y solidario de pensiones que será financiado por futuras generaciones, pero en la carrera de dar vida a esas generaciones va perdiendo antes de partir si se le compara con sus grandes inspiraciones: Irlanda, Nueva Zelandia, y Suecia.

¿Qué hace Chile a nivel tributario para evitar cuál Titanic chocar contra un iceberg que ya le rajó el casco a Europa? La respuesta es: no mucho, y eso se demuestra fácilmente.

En Chile, si entre el padre y la madre ganan hasta $1.900.000 mensuales, Chile se pone con $10.600 al mes por cada hijo estudiando, lo que representaría algo así como el 0,56% del ingreso familiar. Generoso.

¿Qué hacemos? Primero hay que definir la maternidad como una prioridad que trasciende el tipo de familia o los niveles de ingresos, y apuntarla con el mismo entusiasmo con el que se inauguran aeropuertos o se aumentan las asignaciones en la Convención Constitucional.

Si la maternidad es un privilegio que el Estado no puede dejar pasar, generar asignaciones automáticas y eventualmente universales a los hogares en base al número de hijos como se pretende en Corea del Sur y Australia parece lógico. Con el IFE ya somos expertos en esto. Si nos da pudor la universalidad, un piso es admitir rebajas explícitas de impuestos por parte de aquellas familias que han decidido tener hijos, como se promueve en Estados Unidos y Hungría.

Hablar de transferencias suena desafiante, pero ya hay propuestas concretas de apoyo a las familias, por ejemplo a través de la devolución del IVA asociado a medicamente y alimentos (¿y por qué no a los vehículos eléctricos y paneles solares domiciliarios?). No puede acabarse ahí, o al menos no debería si vamos a seguir hablando impuestos a lo Robin Hood.

Hace tiempo que Chile decidió afectar las decisiones de la vida privada con impuestos, y gravar los combustibles, el alcohol, el tabaco o el azúcar. Eso no es azar, eso es el Estado poniendo incentivos negativos a determinados "males" y buscando sentarse a la mesa de decisiones familiares.

Para una familia como la de Gabriela y Blanca, ya es hora que este Estado asiduo a gravar los males se inspire e invierta en aquellas cosas que definirán de forma intrínseca su propio futuro. La maternidad es sólo la base de este futuro. Sin presiones.

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