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DF tax | Una propuesta para mejorar la desigualdad

Mauricio Loy, socio de Loy Letelier Campora.

Por: Mauricio Loy | Publicado: Jueves 10 de diciembre de 2020 a las 04:00 hrs.
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Mauricio Loy

Es un hecho que las situaciones de desigualdad material que afectan a nuestro país son el gran desafío a ser resuelto hoy. Tantos autores serios como personajes livianos, invitados de manera regular a matinales, coinciden en lo anterior.

Tradicionalmente, esta pregunta pretende ser solucionada por la vía impositiva. Son los impuestos la herramienta que nos recuerda todos los días, meses, años, y hasta en el momento de nuestra muerte, que tenemos una obligación de redistribuir los ingresos generados. Si antes se trataba de mecanismos denominados como "opresores", cuando los mismos eran cobrados por reyes y señores feudales, hoy los mismos son una especie de consagración de todo lo que puede ser bueno en materia de política fiscal. Desde que las elites políticas modernas y contemporáneas entendieron que no hay mejor negocio que el poder, a los impuestos se les revistió de propaganda y, como por arte de magia, pagar impuestos pasó a ser símbolo de progresismo.

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Así, el sistema político actual siempre tendrá en su eje una discusión tributaria. La izquierda se centrará en las tasas aplicables, suponiendo que, sin importar la tasa aplicable, la base imponible se mantendrá igual. Por su parte, la derecha se centrará en la base, argumentando que un mayor crecimiento implicará una mayor base, la cual, multiplicada por la misma tasa, terminará en una mayor recaudación. Ambas posturas, sin embargo, coinciden en que los impuestos se pagan solo al Estado, y luego será este oráculo de verdad, objetividad y justicia quien "redistribuirá" los fondos recaudados en la forma de gasto social (y, sin duda, vía alguna que otra remuneración, o "auto-donación"). El botín es sencillamente irresistible; nos convenza la tesis de la tasa o estemos de acuerdo con la tesis de la base imponible, cualquier político sabe que quiere controlar la billetera.

Propongo una tesis distinta.

Mi propuesta consiste, en esencia, en cambiar la obligación legal de canalizar el pago del impuesto a la renta a través del Estado por una obligación de redistribución directa. Así, cuando una determinada unidad productiva genere renta, el monto del impuesto a ser pagado se transformaría en un monto a ser entregado de manera directa, como una mayor remuneración (exenta naturalmente), a los empleados y/o trabajadores de dicha entidad productiva. En sencillo, si una determinada empresa genera una renta de $100, lo que supondría un pago de impuesto a la renta de $27 (dada la tasa actual), dicha empresa debería distribuir entre sus empleados y colaboradores, de manera directa y como mayor remuneración, esos $27.

¿Qué podría uno anticipar como efectos? (1) un incremento inmediato, y significativo, de las remuneraciones de la gran masa asalariada, sin que ello suponga un mayor gasto para la unidad productiva (de todas maneras debía pagar esos $27); (2) automáticamente, en consecuencia, mejoramos los índices de desigualdad, sin más impuestos; (3) incrementamos, también automáticamente, las base de cotizaciones previsionales, y por ende las pensiones, sin aumentar la tasa de cotizaciones previsionales y, nuevamente, sin un mayor gasto para la unidad productiva; (4) eliminamos todo el gasto asociado a la recaudación y "redistribución" que hace el Estado; (5) mejora en las relaciones empleado y empleador, al generar una mejor retribución; y (6) aumento de la demanda agregada y capacidad de ahorro.

La pregunta entonces es obvia; ¿Qué hacemos con nuestro benefactor y eficiente Estado? La respuesta que veo es que con mayores recursos en manos de la gente tendremos más consumo y ahorro. Luego, reestudiando nuestra imposición al consumo (IVA) para eliminar aspectos regresivos, diferenciar tasas para canastas de insumos básicos versus bienes de lujo y gravando actividades hoy exentas (por ejemplo, intereses y asesorías), muy probablemente supliremos de manera significativa la "pérdida" de ingresos del Estado. Claro está, si la gente decide mayoritariamente ahorrar y no consumir, la pérdida de ingresos en el Estado será significativa. Pero al mismo tiempo; ¿Para qué quiere el Estado esos ingresos si la gente ya tiene los recursos necesarios ahorrados, lo cual evidentemente indica que no hay necesidades de gasto?

Entonces, debemos ver si estamos como sociedades disponibles para hacer las cosas de manera distinta y así lograr resultados distintos; o si vamos a insistir en sistemas medievales de recaudación para insistir en ineficiencias probadas.

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