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Douglas Tompkins, un año despuésS

Rafael Ariztía Socio de mfo advisors

Por: Rafael Ariztía | Publicado: Viernes 2 de diciembre de 2016 a las 04:00 hrs.
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El 8 de diciembre se cumple un año desde la partida de Douglas Tompkins, y tengo la sensación que como país tenemos una deuda con él.

Tompkins fue una persona excepcional. Más allá de los gustos y creencias personales de cada uno, los hechos hablan por si solos. Fue un creador que dejó huellas profundas en todos los ámbitos en los que incursionó, como empresario, deportista y filántropo.

Viajó por primera vez a Chile en 1961 cuando tenía 18 años. A partir de ahí volvió frecuentemente a escalar, esquiar, bajar ríos en kayak y explorar el sur del país. Así llegó a conocer nuestra tierra mucho mejor que la mayoría de nosotros y desarrolló un aprecio y cariño por su extraordinaria naturaleza y por su gente, al punto que se radicó por largos años en la Provincia de Palena, localidad que la mayoría de los chilenos acomodados pensarían como un lugar de vacaciones, pero nunca para vivir.

En uno de sus viajes, en que vino a conocer un bosque de alerces, por casualidad se topó con una propiedad en venta, llena de alerces. Y la compró. A partir de ahí no paró. Compró tierras y creó parques naturales realmente extraordinarios. Pumalín, Corcovado, Yendegaia, Cabo León, son sólo algunas de sus iniciativas en Chile. Iniciativas que le valieron una oposición increíble de parte de la elite local. Y es aquí donde quiero detenerme un momento.

Con el paso del tiempo lo olvidamos y las nuevas generaciones no lo saben, pero Tompkins y su obra recibieron una oposición brutal en sus inicios. Partiendo por el gobierno del entonces Presidente Frei y siguiendo por las Fuerzas Armadas, la Iglesia y el mundo empresarial. Cada uno vio en Tompkins, y en lo que él transmitía, una amenaza a su posición. Una mezcla explosiva de desconfianza frente a un “filántropo extranjero”, algo de fundamentalismo religioso, intereses económicos, y bastante espíritu isleño, fueron el caldo de cultivo de la oposición. Se le acusó de las cosas más estrafalarias: que quería “partir Chile en dos”, que estaba creando un enclave sionista, que cerraría con candado las tierras, que representaba un riesgo para la seguridad nacional, entre otras consignas absurdas. Pocos se detuvieron a escuchar, cuando se les decía que los parques eran 98% terrenos deshabitados, montañas y cordilleras de escaso acceso. Y que antes que Tompkins, en buena parte los dueños también habían sido extranjeros.

Sólo porque el “gringo” era porfiado, no se amilanó frente a la oposición oficial y mantuvo su proyecto, sabiendo que era parte del juego inevitable cuando se agita el statu quo. Pero hubo dos batallas emblemáticas para Tompkins en que, de alguna manera, el tiempo le ha dado en buena parte la razón. La oposición a HidroAysén y sus críticas a las prácticas de la industria salmonera.

Respecto a la primera, Tompkins y sus socios siempre argumentaron que el proyecto era innecesario. Que la amenaza de Endesa de que Chile quedaría a oscuras si éste no se hacía era simplemente falsa. La última licitación eléctrica, en que las energías renovables empezaron a tomar preponderancia, le han dado definitivamente la razón. Respecto a la industria salmonera, Tompkins siempre argumentó que el su crecimiento era insostenible y que sería causa de su propio desplome. La crisis del virus ISA y las voces dentro de la propia industria para limitar por vía legal su tamaño, le han dado en parte la razón.

En muchas cosas Tompkins tenía opiniones extremas, y eso sacaba muchas ronchas. Como todos, era presa de contradicciones importantes. Si bien criticaba el desarrollo tecnológico, disfrutaba enormemente de pilotear su avión por sobre la Patagonia. Pero el hombre era irónico y consciente de sus contradicciones. Como él mismo dijo alguna vez, “el mundo está lleno de ironías y paradojas. Yo mismo me debato entre muchas”.

Con todo, el legado de Douglas Tompkins para Chile es enorme. Nos legó obras que quedarán para siempre. Nos ayudó como país a reconocer la importancia de equilibrar el desarrollo con la conservación de la naturaleza. Y mostró la realidad de la filantropía a gran escala. Por todo ello, creo que Chile le debe un homenaje.

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