Columnistas

El flagelo de los refugiados

Juan Emilio Cheyre Director Centro de Estudios Internacionales UC

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En América Latina en general y Chile en particular desconocemos la tragedia que viven millones de personas como consecuencia de sufrir el desplazamiento forzado. El año 2014 esta situación alcanzó las cifras más altas de las cuales se tenga antecedentes. Al término de ese año, según informe de la ACNUR, había 59,5 millones de personas que dejaron sus países de origen como efecto de guerra interna, violencia generalizada, violación sistemática a los DDHH, persecución de diferente índole, falta de condiciones de vida dignas como asimismo otras causales de naturaleza similar.


Para nosotros es difícil siquiera imaginar los efectos para la vida de las personas que causa este tipo de flagelos. En el caso nacional, recientes catástrofes naturales como el terremoto de 2010, los aluviones en la Región de Atacama de 2015 o simples efectos de un comportamiento climático extremo, como los vividos en la última semana, constituyen el registro más cercano de las condiciones precarias en que compatriotas sufren la pérdida de sus hogares y la necesidad de buscar amparo en lugares de acogida. Sin embargo, la situación que golpea al mundo es inconmensurablemente más triste y de gravísimos efectos.


El sistema internacional actual, la política interna de los Estados y ni siquiera los pactos como la Unión Europea, inspirados en la solidaridad internacional, son capaces de actuar con eficiencia para paliar el drama humando que esta situación provoca.


El colapso de la democracia, la existencia de conflictos y la incapacidad para transitar al desarrollo producen el fenómeno que hace a los habitantes de Estados fallidos escapar. Las cifras son impactantes: 19,5 millones de refugiados; 38,2 millones de desplazados internos; 1,8 millones de solicitantes de asilo; 10 millones de apátridas y 42.500 personas diarias obligadas a dejar sus casas, son algunas de las muestras de esta verdadera tragedia que el mundo no había conocido en la magnitud que hoy se presenta.


La situación descrita no solamente afecta a quienes huyen sino que también genera efectos en los países y las comunidades que reciben el impacto que provoca la llegada de miles de personas buscando trabajo y clamando por apoyo de todo tipo. Hoy día la debilitada Grecia no encuentra dónde ni cómo acoger a más de 120.000 migrantes, un 750% más que las cifras del año anterior. En Calais los franceses conviven con casi 4.800 desplazados que miran las costas para buscar refugio en Gran Bretaña. Turquía solo en 2014 recibió más de un millón de refugiados, constituyéndose en el país que lidera la cifra entre los receptores. El 36,2% de los refugiados del mundo, es decir 5,2 millones de personas, hoy se encuentran en Turquía, Pakistán, Líbano e Irán.


Las causas que provocan esta explosión del fenómeno son diversas. Sin embargo, la más importante es la guerra en cualquiera de sus formas. Hoy Siria es el foco principal de origen de los refugiados. Un estudio desde el año 1980 así lo prueba. Guerras y conflictos internos llevaron a millones de personas a huir desde Afganistán, Angola, República Democrática del Congo, Irak, Sudán y Vietnam que encabezan la lista desde donde miles de personas han escapado.


Pese a los esfuerzos de los Estados y las OOII las soluciones a este flagelo son incapaces de enfrentarlo. En la actualidad la ONU clama a los países miembros por un plan de emergencia global. Pareciera que a mediano plazo un esfuerzo serio por estabilizar a los países, donde hoy los conflictos internos y la violencia genera Estados sin control, sería la solución. Entre tanto, planes de apoyo humanitario constituyen el único bálsamo a tan dramática situación.


La lección que queda para nuestra América Latina, alejada de este tipo de situaciones salvo expresiones de menor envergadura en México y Centro América, pareciera que fuera redoblar el esfuerzo por construir institucionalidad, fortalecer la democracia, resolver la pobreza y la inequidad luchando denodadamente por alcanzar el desarrollo asegurando, al mismo tiempo, una paz interna como también entre los países, evitando así todo tipo de conflictos.

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