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El sentido (político) de un plan reactivador

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l Presidente aprovechó ayer la pendiente juramentación de cuatro de sus nuevos ministros para presentar lo que él llamó “un plan potente de reactivación económica” para enfrentar “tiempos difíciles”. En lo medular, se trató de dar un nuevo énfasis a un conjunto de medidas ya delineadas previamente en ocasiones como la cuenta pública del 1° de junio, entre otras, junto con algunas prioridades como el envío al Congreso de la ley de portabilidad financiera —que ya se conocía— en las próximas semanas.

Es plausible que surjan críticas de la oposición debido, precisamente, a la falta de nuevos anuncios sobre medidas o inversiones del Estado. Sin embargo, el objetivo de la intervención presidencial pareció haber sido esencialmente político: ante su propio sector, reafirmar el compromiso con las metas económicas del programa de gobierno en materia de reformas prioritarias, crecimiento y empleo; ante la oposición, un velado emplazamiento a deponer una actitud que muchas veces se asemeja al obstruccionismo; y ante la opinión pública, explicitar que su gobierno no se cruza de brazos ante dificultades económicas que están fuera de su control, como la guerra comercial y un debilitamiento de la economía mundial que también ha golpeado a nuestros vecinos, como el mandatario se preocupó de resaltar.

EL Presidente presentó su plan reactivador como “un mandato” a sus ministros —para remarcar su relevancia y urgencia—, y en la medida en que ello sirve para configurar una agenda de recuperación con sentido de conjunto, y no dispersa en distintas reparticiones, se trata de un esfuerzo bien orientado.

Ante la moderación de las expectativas económicas de la cual dio cuenta, entre otros, el último IPoM del Banco Central, el interés por fórmulas que ayuden a recobrar el impulso —en un marco de responsabilidad fiscal y política como el de ayer— es justificado. Resta por ver en qué medida serán realmente efectivas.

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