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Innovación energética en Latinoamérica, ¿la tercera es la vencida?

Pablo Zárate y María Isabel Angel FTI Consulting

Por: Pablo Zárate y María Isabel Angel | Publicado: Martes 3 de noviembre de 2020 a las 04:00 hrs.
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Pablo Zárate y María Isabel Angel

A los latinoamericanos se nos han ido las dos oleadas más importantes de desarrollo tecnológico en energía de este siglo. Salvo por Vaca Muerta, el prominente yacimiento de gas y petróleo no-convencional de Argentina, la revolución shale que transformó el mundo energético a nivel global ha sido una promesa no cumplida para la región. En energía solar y eólica, hay más avances que presumir. Pero en términos generales, la región ha llegado tarde a la fiesta. Para 2019, América Latina generó el 20,49% con energía renovable no-convencional (eólica, solar, geotermia) mientras que Europa, con el mismo tipo de energía generó el 53,95% de su electricidad.

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Es en este contexto en que aparece la tercera oleada de innovación, la que ahora convoca al GREEN HYDROGEN SUMMIT CHILE 2020, hoy y mañana.

El uso del hidrógeno (particularmente el verde y el azul) como fuente de energía limpia, al igual que el shale y las energías eólicas y solares, tiene el potencial de transformar el mapa energético global. Y hay un claro sentido de urgencia. Desafortunadamente, Latinoamérica parece estar siguiendo el mismo camino que la condenó a ser un espectador -y en el mejor caso, consumidor– de esta nueva ola de innovación. No por falta de recursos. Igual que como con el shale y las renovables, nos sobran los recursos naturales para producir hidrógeno limpio.

Los retos y limitaciones que enfrentamos como región son los mismos que nos han debilitado en el pasado; por ejemplo, no tenemos mecanismos de gobernanza para invertir colectivamente en innovaciones tecnológicas sustentables como los tiene la Unión Europea, la reputación de estabilidad regulatoria de países como Estados Unidos, ni tampoco el posicionamiento tan amigable a la inversión que tiene Australia. Tenemos algunos esfuerzos pequeños de asociaciones de industria locales, pero aún no parecen tener la dimensión que requerirán para realmente incidir en la rápida adopción de mejores prácticas internacionales.

Eso no significa que no haya chispazos alentadores. Chile, por ejemplo, está desarrollando una estrategia nacional de hidrógeno con actores públicos y privados con acciones concretas que permitan convertir a este país en un país productor y exportador de un mercado que, según el Ministro de Energía de Chile, se espera que en 30 años más alcance la mitad del actual mercado del petróleo. Esta estrategia ya dio sus primeros frutos y durante octubre de 2020 se anunció la construcción en la Patagonia chilena de la primera planta en Chile capaz de producir hidrógeno verde.

Parecería que Chile va en solitario. Esfuerzos aislados, en muchos casos incipientes, hay. Pero aún no hay tracción en los niveles más altos de los ecosistemas de los empresarios, políticos y tomadores de decisión regionales.

Si queremos ser ganadores en la carrera mundial del hidrógeno, los latinoamericanos tendremos que superar nuestras propias barreras, entre las cuales está la poca capacidad de crear coaliciones fuertes y estratégicas. Implicará también que los gobiernos asuman un apoyo decidido y sostenido que permita absorber los altos costos, generar la presión política necesaria para que se ajusten los marcos regulatorios, crear los incentivos económicos necesarios e incorporar el hidrógeno verde como una prioridad en las políticas públicas energéticas. De lo contrario, la idea de que la ‘tercera es la vencida’ no será más que retórica optimista.

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