Juan ignacio Brito

Vías alternativas para la emergencia climática

Juan Ignacio Brito Profesor de la Facultad de Comunicación e investigador del Centro Signos de la Universidad de los Andes

Por: Juan ignacio Brito | Publicado: Miércoles 6 de octubre de 2021 a las 04:00 hrs.
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Una de las mayores incoherencias de nuestro tiempo tiene que ver con la enorme distancia que existe entre lo que se declara y lo que realmente se hace en materia ambiental. Todo el mundo elogia documentos como el Protocolo de Kioto o el Acuerdo de París, pero lo cierto es que los objetivos de reducción de emisión de gases del primero tuvieron que ser postergados, y que pocos de los países firmantes del segundo cumplen con las metas que éste fija.

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La razón de esta hipocresía se vincula con el carácter cuasi religioso que ha adquirido el debate en torno a la preservación del medioambiente. Nadie quiere ser apuntado por el dedo acusador y quedar del lado incorrecto en cuestiones como la emisión de gases de efecto invernadero, el uso de fuentes de energía, los procesos industriales, la alimentación sana, el manejo de desechos, etc. Si hasta nuestra Convención Constitucional se ha declarado en "estado de emergencia climática y ecológica".

La moralina medioambiental imperante provoca que la discusión sobre las soluciones se dé entre buenos y malos, e impide que se planteen preguntas obvias, como cuáles son las razones que explican que los remedios planteados no estén dando resultado. En cambio, reina una histeria que a ratos asfixia y aterroriza con sus repetidas advertencias acerca de la catástrofe que se avecina.

Por desgracia, el esfuerzo se ha concentrado casi por completo en proponer como única salida la reducción drástica de emisiones, probablemente influenciado por agendas ideológicas que sustentan los que aspiran a acabar con un estilo de vida que consideran repugnante. Sin embargo, aunque la conciencia ambiental ha crecido de manera considerable entre la población y ocupa un lugar prominente en todo proyecto que se respete, en la práctica los costos políticos, económicos y sociales de una transformación radical como la propuesta son hoy demasiado altos como para ser adoptados pronto y aceptados por electorados ansiosos.

La escasez eléctrica que sufre actualmente China muestra que la reconversión a las energías limpias es problemática y cara. Y la irrupción en Francia de las protestas de los "chalecos amarillos" en contra de la aplicación, en 2018, de un "impuesto verde" a los combustibles, dejó en evidencia que la tolerancia de la gente puede ser menor que la esperada.

Como el recorte de las emisiones parece relativamente bloqueado en los hechos (no en las declaraciones, sin embargo), parece necesario poner el acento en vías complementarias que quizás resulten más eficaces para enfrentar el problema. Al igual que en otros momentos cruciales de nuestra trayectoria humana, la clave puede estar en la innovación científica y tecnológica. Alrededor del mundo, los expertos exploran soluciones, desde impulsar las emisiones negativas (que atrapan el CO2 atmosférico y lo inyectan en piedras que luego son enterradas) hasta la geoingeniería solar (que busca controlar la radiación producida por el astro rey).

La experiencia de la pandemia ha demostrado que, si recibe suficiente financiamiento y atención, la ciencia es capaz de producir resultados rápidos para problemas urgentes. De la misma forma, es probable que la respuesta más adecuada para la emergencia climática no esté en las nuevas reducciones ni en las declaraciones finales acordadas en cumbres como la COP 26 que se inaugurará a fin de mes en Glasgow, sino en el laboratorio de alguna universidad de primer nivel donde investigan en silencio científicos atentos a formularse las preguntas adecuadas.

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