Columnistas

La cultura de la desidia

Pedro Fierro Subdirector de Fundación P!ensa

Por: Pedro Fierro | Publicado: Viernes 24 de junio de 2016 a las 04:00 hrs.
  • T+
  • T-

Compartir

El poco más de 5% de participación en las primarias municipales fue tan esperable como alarmante. Pero, ¿debe ser el foco principal y superior de la discusión política?


Quienes piensan que lo acontecido aquel domingo representa un problema en sí mismo pueden, sin embargo, llegar a conclusiones más o menos tranquilizadoras. ¿Por qué? En primer lugar, hablamos de un simple proceso político-partidista en virtud del cual las coaliciones escogen al candidato idóneo para cada localidad. En este sentido, era esperable que con pobres índices de representatividad la participación fuese baja. Aparte, el porcentaje de participación aumentaría de forma considerable si lo calculáramos de acuerdo a la "base dura" de cada coalición. Así, el 5% no asustaría tanto, pues se transformaría en más de un 30%.

Sin querer profundizar, el punto es que si nos enfocamos solo en las primarias encontraríamos una serie de argumentos para sostener que lo acontecido está bastante lejos de significar un estado de crisis institucional.


Sin embargo, para quienes creemos que las primarias no son el verdadero problema a analizar la situación se complejiza un poco más, pues básicamente sostendríamos que se trata de un síntoma de algo más sofisticado. En esta línea, de nada nos importa que el porcentaje de participación aumente en relación a la "base dura" de cada coalición, pues estaríamos obligados a preguntarnos por qué esa votación dura es tan baja. No podríamos tampoco excusarnos por el alto porcentaje de quienes no se identifican con ningún pacto, pues nos importaría más saber por qué en los últimos 25 años han aumentado de un 34% a un 75%. Debiésemos tratar de explicar también por qué sólo 1 de cada 10 ciudadanos se informa de cómo vota su parlamentario, por qué un 72% declara estar poco o nada interesado en política, por qué un 63% señala no participar de ninguna organización social, o por qué – en definitiva – nos estamos alejando de la cosa pública.


Acá es donde aparece como explicación la cultura de la desidia, o como escribe por estos días un importante pensador chileno: el hastío, la fatiga y la decepción.


¿Cómo progresar entonces? Pese a la complejidad y multidimensionalidad de la pregunta, cierta literatura ha sostenido que una alternativa eficaz es la transferencia de atribuciones a órganos más cercanos al individuo. En definitiva, el ciudadano vería más beneficios de participar de los procesos políticos, sean estos formales o informales. Sin querer reducir la discusión, parece que la descentralización podría solucionar más problemas de los que pensamos.

Lo más leído