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La inmigración nuestra de cada día

Gabriela Clivio Economista y CFA

Por: Gabriela Clivio | Publicado: Martes 16 de febrero de 2021 a las 04:00 hrs.
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Gabriela Clivio

Cuando llegué a Chile hace casi una vida, tenía una visa de estudiante estampada en mi pasaporte. Dos años más tarde, cuando finalicé mis estudios de posgrado, y siendo este uno de los requisitos, se me permitió tramitar una permanencia definitiva que llegó seis meses después. Con esto, a casi tres años de haber llegado, Chile se beneficiaba de una profesional que al Estado le había costado cero peso formar y que podría aportar con su formación. En esa época se hablaba de “deberes de los migrantes” y no tanto de derechos, y si bien había una sociedad menos diversa que ahora, no era por eso menos hospitalaria.

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Hoy la situación es otra. Se habla de los derechos de los migrantes y no de sus obligaciones, ni de los requisitos que se deben cumplir para traspasar las fronteras. La población extranjera representa ahora cerca del 8% de la población total y se acerca a 1.800.000 personas.

Si bien mi especialidad son las cifras, quisiera referirme al poco “enforcement” que existe en la legislación. Entre otras cosas, la ley vigente –que aunque vieja, sigue vigente– señala que se prohíbe el ingreso al país de quienes propaguen o fomenten doctrinas que tiendan a destruir o alterar por la violencia, el orden social del país o su sistema de gobierno; los que estén sindicados o tengan reputación de ser agitadores o activistas de tales doctrinas y, en general, los que ejecuten hechos que las leyes chilenas califiquen de delito contra la seguridad exterior, la soberanía nacional, la seguridad interior o el orden público del país, y los que realicen actos contrarios a los intereses de Chile o constituyan un peligro para el Estado. Esto sólo para empezar.

Más adelante, la misma ley menciona que también se prohíbe el ingreso de aquellas personas que no tengan, o no puedan ejercer, profesión u oficio, o carezcan de recursos que les permitan vivir en Chile sin constituir carga social. Finalmente –y es un punto clave–, se prohíbe el ingreso de quienes sufran enfermedades que, según la autoridad sanitaria chilena, sean causal de impedimento para ingresar al territorio nacional.

Me pregunto, entonces, ¿cómo es posible que todos los días veamos en las noticias en plena pandemia reportajes o imágenes sobre la inmigración ilegal y que no sólo no la detenemos, sino que no somos capaces de atraer a los inmigrantes que el país necesita? Me asombra que no pongamos en marcha una mayor colaboración con otros países de la región con el objetivo de reforzar las fronteras, y no logro entender cuál es la razón por la que no se procede a expulsar a quienes no cumplen con los requisitos de entrada.

Mientras tanto, países como Canadá —que tiene una política pública favorable a la emigración dada la escasez de su población— logran atraer talentos a pesar de todas sus exigencias. Sueño con una política que nos permita cerrar las brechas que existen en el país, que no ponga en riesgo ni colapse a la salud ni a la educación pública, y sobre todo, que busque integrar y aportar valor desde la diversidad.

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