La urgencia de crecer a más del 4%

on demasiada frecuencia, una parte sustantiva del debate sobre el desarrollo de Chile se queda entrampada en una falsa dicotomía entre crecimiento y equidad. Desde esa perspectiva, cuando el énfasis se pone en lo primero, siempre se hace a costa de lo segundo.

No es así, y esa parece la convicción central que inspiró el trabajo de la Mesa de Desarrollo Integral convocada por el Presidente Piñera, cuyos 22 integrantes entregaron más de un centenar de propuestas para impulsar el crecimiento inclusivo. Se trata de una iniciativa con sentido de urgencia, pues como dijo uno de sus redactores a Diario Financiero, “cada día que pasa y no hacemos las reformas necesarias, perdemos ingresos y empleos”.

Dos realidades insalvables se conjugan para imprimir esa urgencia. Por un lado, es claro que el país tiene una larga lista de tareas pendientes en materia de políticas públicas que emparejen la cancha del mercado y dinamicen la actividad económica, incluyendo una genuina modernización del Estado. A eso se agregan en los últimos años reformas mal encaminadas que afectaron el empleo y la actividad económica, buen parte de lo cual debe ser corregido.

La segunda realidad ineludible es la revolución industrial y científica que ya avanza a ritmo acelerado y que trae desafíos para los cuales ningún país está realmente preparado.

El objetivo de crear condiciones para un crecimiento potencial de 4% o más es, precisamente, hacer posible la equidad a la que los chilenos aspiran. Un país que crezca a tasas bajas no podrá generar más empleos de calidad, financiar buenas pensiones, mejorar los servicios públicos, hacer frente al envejecimiento demográfico, dar oportunidades a los jóvenes, atraer inversiones, adoptar las tecnologías del futuro.

Resignarse a un crecimiento mediocre es condenarse a postergar el desarrollo y, con ello, la prosperidad de los chilenos. Es de esperar que las ideas de la Mesa de Desarrollo Integral sean entendidas y evaluadas bajo esa premisa.