Lucy Kellaway

Cómo la inseguridad y la presunción matan el sentido común corporativo

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Por: Lucy Kellaway | Publicado: Lunes 26 de enero de 2015 a las 05:00 hrs.
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Recientemente almorcé con un hombre que era uno de los principales banqueros del Reino Unido. El problema con los negocios hoy, se quejó, es que ya no hay sentido común. Tal sentido, insistió, siempre había sido poco común, pero ahora se ha extinguido.
En lo que se refiere al sistema bancario, está en lo cierto. La complejidad prácticamente destruyó el poco sentido común y las regulaciones han ilegalizado el resto. Intenta entender el informe anual de cualquier banco. Es imposible. Hasta los principales banqueros que se encargan de las cifras lo admiten. Peor aún, intenta comprender la Solvencia II. Si existen algunos lectores que comprenden en su totalidad las diabólicas vicisitudes de estos nuevos requisitos de capital para los aseguradores, quisiera oír de ellos.
¿Pero en otros negocios? ¿Ha desparecido el sentido común también? Me lo estaba preguntando cuando el Harvard Business Review cayó en mi escritorio. Lo abrí y por causalidad hallé un artículo titulado "Cómo manejar su conocimiento de misiones críticas. Cómo identificar, trazar el mapa y apalancar algunos de los activos más estratégicos de su empresa". Esto tritura de tal manera una idea que es perfectamente razonable –las empresas deberían entender qué es lo que precisamente saben– que yo reto a cualquiera a despachárselo.
La causa de esta represión del sentido común es la inseguridad. La mayoría de las personas en los negocios viven con miedo de ser descubiertas, y sonar ingenioso es mejor que ser comprendido. Mientras más gente trata de sonar ingeniosa, los criterios se vuelven más difíciles, y en poco tiempo personas que eran antes sensatas comienzan a hablar pura basura.
Otro enemigo del sentido común es la presunción, que en las últimas dos décadas ha subido aproximadamente a la par de los salarios ejecutivos. La semana pasada, Jamie Dimon solemnemente le dijo a Maria Bartiromo en Fox Business: "JP Morgan es lo mejor que yo puedo hacer por el país y por la humanidad" –lo cual es aún más presuntuoso que Lloyd Blankfein alegando que Goldman Sachs hacía ''la obra de Dios"– ya que podría decirse que este comentario era irónico.
La presunción no sólo hace que los empresarios pierdan el sentido común en el trabajo sino también en su vida privada. En LinkedIn el otro día un ex COO de eBay se jactaba de estar tan ocupado que compró una casa sin haberla visto como es debido y que su esposa le traía ropa interior a la oficina después de que había trabajado toda la noche. Un niño de cinco años le pudiera haber dicho que ésa no es forma de vivir, y que si uno se encuentra sin calzoncillos limpios, o termina comprando una casa sin apenas haberla visto, es mejor callárselo.
La debilidad humana no es lo único que destruye el sentido común; la máquina corporativa también lo logra con igual fuerza. Los departamentos de Recursos Humanos y Relaciones Públicas rutinariamente eliminan las pocas fuentes de racionalidad que quedan, mientras que las rivalidades interdepartamentales, los presupuestos y las regulaciones de todo tipo aseguran que pocas cosas se realicen con sensatez.
Cuando la Broadcasting House de un costo de mil millones de libras de la BBC abrió, alguien decretó que no hubieran cubos de basura al lado de los escritorios de los periodistas, sino un "centro de reciclaje" a la distancia. El resultado fue que la basura vieja se pudría sobre los escritorios y el edificio nuevo fue invadido por ratones. Sólo cuando esta noticia deliciosamente trivial se divulgó, alguien en Relaciones Públicas decidió emitir una declaración sin humor pero llena de pomposidad. "Según la práctica habitual en las grandes organizaciones, la BBC tiene un contrato con una empresa especializada en control de plagas y se están tomando medidas adicionales para frenar a los roedores".
La única forma de salvaguardar el sentido común en los negocios es cultivar el propio, y convertirse en un emprendedor. Hace un par de meses participé en el jurado de una competencia para nuevos negocios. Uno de los ganadores fabricaba estaciones de carga para autos eléctricos; otro había desarrollado una especie de Netflix para revistas. Ambas eran buenas ideas, con buenos planes de negocios y fundadores que hablaban con lucidez. No sé si alguno de ellos tendrá éxito. Pero sé que si lo consiguen, su sentido común será atacado.
Como evidencia de cómo las compañías se vuelven un poco locas apenas tienen un poco de dinero extra, el editor jefe de Wired recientemente escribió un memorándum a su personal decretando que las nuevas oficinas de la revista en San Francisco deberían mantenerse nítidas, y juzgando qué tipos de objetos personales eran permitidos en los escritorios. El memorándum venía ilustrado con una foto del editor sentado en lo que parecía una celda acolchada color fucsia con un perro bajo cada brazo. "Wired ya no es un barco pirata", le dijo al personal.
Y esta es la triste lección de la vida corporativa. Una vez que los piratas llegan a bordo de un gran crucero, pueden descubrir que su sentido común se ha hundido con la vieja y destartalada embarcación.

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