Lucy Kellaway

Después del Brexit, debemos seguir adelante con nuestras vidas

Lucy Kellaway

Por: Lucy Kellaway | Publicado: Lunes 11 de julio de 2016 a las 04:00 hrs.
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La semana pasada alguien de la BBC me llamó para preguntarme si quería participar en un debate en la radio sobre los tacones altos.

Le dije que no porque estaba muy ocupada. Era una mentira descarada ya que rara vez he estado menos ocupada en tres décadas de vida de oficina. En cambio, me quedé sentada en mi escritorio, retorciéndome las manos, estupefacta ante la burda tragicomedia de la política británica.

La razón por la que no podía hablar sobre los tacones altos era porque no podía hacerle frente. Si alguna vez me preocupé por lo que las mujeres llevaban en sus pies en el trabajo, ya no era así. El hecho de que 149 mil personas hubieran firmado una petición solicitando una prohibición a que los jefes las obligaran a llevar tacones no me interesaba. Estamos pasando por la mayor crisis política que he visto en mi vida; no era el momento, razoné, para apasionarme por los zapatos.

Ésta es sólo la segunda vez que recuerdo que la vida normal y cotidiana de oficina se haya detenido, y que haya permanecido así. He sido testigo de algunos resultados sorprendentes en elecciones generales, de eventos terribles de terrorismo, de triunfos y derrotas en el deporte cuando nos detuvimos atónitos y nos preocupamos o maravillamos por un rato, pero esos momentos nunca han durado mucho.

Uno de los más extraños y tranquilizadores aspectos de la vida de oficina es que tiene un impulso tan poderoso que sigue rodando, pase lo que pase. Aún en medio de la crisis financiera la vida laboral siguió, más o menos normal. La única otra vez en la que recuerdo que todo se haya detenido fue después de los atentados del 11 de septiembre.

No soy sólo yo –la principal corresponsal de asuntos triviales de Financial Times– la que ha perdido el apetito para las cosas cotidianas. Una persona seria que conozco en un bufete de abogados me dice que casi nada se logró en su oficina la semana pasada. No solicitaron nuevos negocios y nadie se sintió motivado a hacer más que apenas lo mínimo con respecto a los negocios existentes.

Otro amigo, que tiene un alto cargo en una importante empresa, me dijo que se sentía tan letárgico e impotente que canceló todas las reuniones salvo las más esenciales y se quedó sentado en la oficina pegado a las noticias en la pantalla, sintiéndose cada vez más fuera de control.

En casa durante una mañana, miré con envidia al jardinero mientras podaba un arbusto. Debe ser agradable, le dije, trabajar con plantas. Mis arbustos no se pelearon por el Brexit y no tienen opiniones sobre quién dirige el Partido Conservador o el Laborista.

Sacudió la cabeza y me dijo que estaba tan afectado como cualquiera –cada 15 minutos sacaba su celular para ver las últimas noticias– y que había perdido todo interés en la jardinería. Tristemente, nos quedamos de pie junto a mi estanque y estudiamos sus aguas verdes y babosas. Usted necesita un sistema de filtración, me dijo. Más tarde me envió un mensaje con algunos nombres de expertos, pero no le hice caso. No podía hacerle frente a preocuparme por filtros en un momento así.

En cambio me fui al trabajo, y leí más miserias sobre la economía de Reino Unido. La caída de la libra esterlina. La falta de compradores interesados en propiedades. Y eso antes de la catástrofe en productividad que va a causar toda esta incertidumbre. Entonces se me ocurrió que no soy impotente. Hay algo grande que puedo hacer. Puedo fingir que no está pasando nada y seguir adelante con el quehacer cotidiano de vivir y trabajar.

No es trivial preocuparse por estanques babosos. Es lo único que se puede hacer. Agarré el teléfono e hice una cita con un experto para discutir mi agua verde y babosa, y a su debido tiempo seguramente lo voy a contratar.

Tampoco es trivial pensar en zapatos. Si antes del Brexit mi trabajo era escribir sobre detalles incidentales de la vida de oficina, ése sigue siendo mi trabajo. Llamé a la BBC y les dije que milagrosamente ahora estaba menos ocupada y que me encantaría hablar sobre los tacones altos después de todo.

Cuando llegué al estudio, encontré que un abogado y un profesor universitario habían sido reclutados para unirse a la conversación. Ambos habían llegado a la misma conclusión que yo: en la ausencia de una mejor idea sobre cómo mejorar las cosas, seguir haciendo nuestro trabajo a pesar de todo parecía tan buen plan como cualquier otro.

Así fue cómo acabamos hablando sobre zapatos como si fuera cosa de vida o muerte. Debatimos sobre si debería ser ilegal forzar a las mujeres a usar tacones altos en el trabajo (evidentemente), si llevar tacones altos podría lograr que se sintieran más poderosas (posiblemente) y si es probable que pudieran hacer daño irreparable a la columna vertebral (si uno no tiene suerte). Durante esos diez minutos en la radio pude suspender toda ansiedad. Fueron los diez minutos más sensatos que he vivido desde el referendo.

Estaba desempeñando mi trabajo y eso me tranquilizó. Esto tiene una salida. No es mantener la calma y seguir adelante, sino que es seguir adelante sin importar cómo te sientes.

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