Lucy Kellaway

La cultura corporativa de Silicon Valley discrimina a las personas mayores

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Por: Lucy Kellaway | Publicado: Lunes 7 de noviembre de 2016 a las 04:00 hrs.
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Las empresas tecnológicas de Silicon Valley discriminan en contra de las personas mayores. La edad promedio de los empleados en Facebook y LinkedIn es de 29 años. En Google llega a 30. “Los jóvenes son simplemente más inteligentes”, como supuestamente habría dicho alguna vez Mark Zuckerberg. Y si en realidad no son más inteligentes, no existen dudas de que al menos sí salen más baratos.

Hay muchas anécdotas trágicas sobre personas de cuarenta o cincuenta años que se compraron sudaderas con capucha y se pusieron al día sobre sus superhéroes para salir a la calle virtual en búsqueda de un empleo. Eventualmente algunos son contratados, pero la mayoría parece que no. Todo esto me recuerda lo que las mujeres llevan décadas haciendo para encajar en un mundo dominado por los hombres: vestir trajes de pantalón y aprender a jugar golf, sólo que esta vez es peor. San Francisco se ha convertido en una sede clave del Botox, donde los trabajadores del sector de la tecnología —incluso aquellos que tienen entre veinte y cuarenta años— se inyectan la cara con algo que los deja sin expresión, para encajar con sus colegas de cara de bebé.

Pero hay otras barreras más difíciles de franquear que nadie menciona para los mayores que trabajan en el sector de la tecnología y que ninguna capucha o jeringa llena de toxina botulínica va a derrumbar. No tiene nada que ver con el prejuicio de que los empleados de más de 40 años son lentos en dominar la tecnología o que carecen de espíritu empresarial. En vez de eso, la barrera es precisamente lo que hace que estas compañías sean alabadas: su nueva estructura organizativa.

He estado leyendo The Conversational Firm de Catherine Turco, una socióloga del MIT que durante meses estuvo infiltrada en “TechCo”, una empresa de software de rápido crecimiento en EEUU. Esta compañía ha desechado las viejas costumbres y se ha organizado según pautas más abiertas y menos jerárquicas. Es un producto de la era de las redes sociales, donde las personas se comunican dentro de las compañías en formas muy diferentes. El resultado, dice Turco, es una organización basada en la conversación. Hasta aquí, todo va bien. La gente de mi edad está a favor de la conversación. Sólo que no de este tipo.

El libro comienza con una entusiasta descripción de “Hack Night” en TechCo. Cientos de empleados se reúnen en un salón en la cede central de la compañía; la noche empieza con una llamada para que cualquiera que tenga una idea la comparta con el público. Entonces cada idea se asigna a un sector de la sala, y mientras suena música a todo volumen todo el mundo se dirige a cualquier idea que le apetezca. Hay cerveza, pizza y mucha conversación. Sigue así durante horas. Cerca de las nueve de la noche, todos se van a casa.

En TechCo les encanta Hack Night. Era de esperar, ya que la edad promedio del equipo de 600 personas es de 26 años. Yo veo una noche así con terror desesperado. No porque crea que no pudiera funcionar, o que nunca pudiera resultar una discusión fructífera. Simplemente no funcionaría para mí si yo participara ya que tengo por lo menos dos décadas de más para tal cosa. TechCo lo llama “caos controlado.” Yo soy anticaos de todo tipo, basada en la noción de que el caos es caótico y por lo tanto es menos eficiente que algo más estructurado. Peor aún, la idea misma de Hack Night me ofende porque, como la mayoría de los de mi edad, soy una cínica. Las organizaciones tradicionales pueden tolerar una módica cuota de cinismo, pero esta nueva empresa sólo funciona cuando todo el mundo es un verdadero creyente.

Mientras más empresas se modelen alrededor de este tipo de “conversación”, más cerradas estarán sus puertas para mi generación, aún si sus jóvenes jefes dejan de expresar prejuicios indignantes contra los adultos mayores y ven que tiene sentido contratar algunos empleados de más edad. En algún momento todos entenderán —aun los multimillonarios veinteañeros con más prejuicios— que discriminar no sólo es ilegal e injusto sino también estúpido. Cuando los consumidores mayores son los que tienen más dinero y son necesarios para que siga adelante casi cualquier negocio, no tenerlos en la fuerza laboral no tiene sentido.

Lo que más me preocupa es que, tarde o temprano, estas ideas organizativas van a escaparse de Silicon Valley, ya que así son estas cosas. El decorado infantil de las oficinas, con colores primarios y sillones puff, se inventó en California, pero hace mucho tiempo que emigró, así que ahora las empresas de apariencia más descuidada de todo el planeta tienen oficinas que parecen salones de kindergarten. Esto es lamentable pero no desastroso; los adultos mayores pueden simplemente cerrar los ojos.

Pero en una empresa conversacional no puedes simplemente cerrar los ojos ... o los oídos. Es una estructura, una filosofía y un modo de vida; en esta conversación, las personas de más de 40 años, mucho menos los de 50 ó 60, no tendrán nada que decir.

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