Lucy Kellaway

No hay un lugar como Yahoo; y Marissa Mayer tiene razónL

Por: Lucy Kellaway | Publicado: Lunes 23 de noviembre de 2015 a las 04:00 hrs.
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Marissa Mayer es mi nuevo ejemplo a seguir. Primero, la directora de Yahoo prohíbe trabajar desde la casa. Ahora, según Kara Swisher en Re/code, ha hecho que todos sus ejecutivos principales prometan que se quedarán en la compañía de tres a cinco años. Lo que es más, recientemente logró que todos se vistieran como personajes del Mago de Oz, posando para una elegante foto de grupo que Swisher dijo que costó US$ 70.000.

Conozco a mucha gente a la que no le cae bien Mayer. Los accionistas de Yahoo no deben sentir mucho entusiasmo por ella, ya que el precio de las acciones ha caído como un tercio este año. También ha ofendido a toda una generación de madres jóvenes que deploran su plan de regresar al trabajo inmediatamente después del nacimiento de sus gemelos.

Por lo menos en esto último sus detractores se están portando como tontos. Cuánta licencia de maternidad se toma una mujer poderosa no debería interesarnos en lo más mínimo. Si quiere pasar mucho tiempo cuidando a su doble ración de nueva vida, está bien. Si quiere enviar correos electrónicos desde la sala de partos, eso también está bien, siempre y cuando no obligue a otras a hacer lo mismo.

La razón por la cual ella me cae bien es porque hace cosas que no son populares pero que se necesitan mucho en el mundo corporativo moderno. El edicto de “quitarse el pijama y marcharse a la oficina” fue el correctivo más valioso a la permisiva vida corporativa que he visto este milenio. Trabajar desde casa es malo tanto para las empresas como para los empleados (como escribí el mes pasado) y ella tuvo la valentía de pisotearlo.

Su nuevo esquema para conseguir que los ejecutivos se comprometieran con Yahoo me parece casi tan atrevido, e igualmente necesario. Cuando salió la noticia la semana pasada, mis colegas en Financial Times se rieron con desprecio y dijeron que la movida nació de la desesperación, una forma patéticamente débil de tratar de prevenir que las ratas abandonaran el barco.

Apuntaron que las promesas no valen nada y, en cualquier caso, es improbable que la propia Mayer se quede en el trabajo de aquí a tres o cinco años, por lo cual no está en ninguna posición para extraerle promesas a nadie.

Son puntos poderosos, pero todavía creo que ha dado con algo grande que otros jefes ejecutivos deberían copiar. En la mayoría de las empresas, y en Silicon Valley en particular, la gente cambia de trabajos al momento que llega algo mejor. Esto pudiera ser agradable para ellos, pero así no funciona una empresa.

La decisión de Mayer revive una idea que se había perdido: que los ejecutivos tienen cierta obligación de completar las tareas que han comenzado.

Me parece perfectamente obvio que si uno es un director ejecutivo tratando de hacer grandes cambios y tiene un equipo de ejecutivos sobrepagados que se supone estén ayudando, uno necesita hacer todo lo posible para que no se vayan. La forma usual de hacer eso es darles acciones a las que no pueden acceder durante tres años, una táctica que logra hacer que se queden, pero al costo de socavar la lealtad aún más. Si uno está encadenado por el dinero, eso elimina todo lo demás.

La promesa de Meyer es un buen comienzo, pero si va a tener posibilidades de funcionar, tendría que ser de doble filo. Si ella tiene algún sentido común tendrá que asegurarse de que cada ejecutivo crea que su contribución es absolutamente vital para el éxito del proyecto y prometer que venga lo que venga, ella no va a despedirlo.

Por supuesto, tales promesas están muy bien. Hoy día dar la palabra no es en realidad un compromiso; cualquier parte puede romperla si quiere, y sin duda algunos lo harán. Pero eso no quiere decir que hacer promesas es inútil. Fijan las expectativas, y aplican presión moral, lo cual significa que cuando las personas las rompen, habrá un coro apropiado de desaprobación. Y en eso radica el poder de todo esto. Los juramentos habrán pasado de moda, pero a los humanos no nos gusta la desaprobación.

Justificar la tercera acción de Mayer -hacer que toda su plana mayor se vista como personajes del Mago de Oz en una ridícula y costosa payasada- es algo más espinoso. Divertirse por decreto es una de las cosas más deprimentes de la vida corporativa, y éste es un ejemplo particularmente espantoso. La foto de la propia Mayer luciendo amenazante en su peluca castaña de Dorothy es el retrato corporativo más bochornoso que jamás haya visto. Pero mirándolo bien, esto también resulta ser genial, por el efecto motivacional que seguramente tiene en los 11.000 empleados de la empresa.

Las fotos de los jefes sufriendo humillación ritualista pueden ser tan útiles como los pararrayos. ¿Hay algo mejor cuando uno está enfurecido que verlos como leones cobardes y hombres de hojalata y niñas de Kansas con trenzas?

Este beneficio puede o no ser la intención de la foto de US$ 70.000. Pero no importa. Yo me he comprometido con Mayer como mi nuevo ejemplo a seguir y voy a ser fiel a ella y recorreré el camino… siempre que ella lo haga también.

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