Lucy Kellaway

Por qué las personas más exitosas simplemente dicen “no”

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Por: Lucy Kellaway | Publicado: Martes 27 de junio de 2017 a las 04:00 hrs.
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Hoy no me levanté a las 6:30 am para asistir a una reunión de desayuno en Knightsbridge. Mañana no iré a un almuerzo en el que se servirán sándwiches para discutir un proyecto en el cual solo estoy vagamente involucrada.

El jueves no iré a una fiesta veraniega para hacer contactos. Tampoco estoy escribiendo un artículo para un sitio web que se olvida de pagarles a sus contribuyentes, ni le voy a dar una entrevista a una estación de radio australiana. Podría haber estado haciendo todas estas cosas, pero les dije que no iba a hacerlo. Además de hacerme mucho más feliz, decir “no” me ha colocado en el centro de la última tendencia. El “no” es el nuevo “sí”. Es la respuesta más de moda entre la gente exitosa.

Hace diez años era lo opuesto. Había una selección de libros uniformemente positiva en Amazon que eran rabiosamente pro-sí. Ahora han sido reemplazados a empujones por “¡El poder transformativo del no!” y “Cómo decir no sin sentirse culpable”. Existe hasta un libro de colorear para adultos titulado “Cómo decir no”, al igual que libros más especializados, como “Dígale no a la artritis”.

Hace unos días el “no” adquirió estatus de culto. En una entrada de blog para Harvard Business Review, un entrenador empresarial sugirió que no es suficiente simplemente decir “no”; hay que comenzar a celebrarlo todas las veces que lo digamos.

Por lo tanto, al “no” se le ha conferido el mismo alucinante estatus que disfruta el fracaso, el cual lleva por lo menos una década de tenaz celebración. El Museo del Fracaso se inauguró la semana pasada en Suecia; démosle un año o dos y el Museo del No seguirá.

Sin embargo, no es tan absurdo celebrar decir “no”. Desde que leí el blog, me ha dado por comenzar el día dando las gracias por las cosas que me he negado a hacer. No tengo que escribir ese artículo hoy (¡viva!), ni tomarme un café con esa persona (¡qué alivio!), ni asistir a ese almuerzo.

Con cada “no” que anoto mentalmente, el día mejora. Salgo de la cama con ganas de hacer las cosas que lograron pasar por mi red de negatividad.

Se podría decir que todo esto es egoísmo. Cada vez que decimos que no podemos hacer algo, decepcionamos a la persona que ha hecho la petición. Y cada labor que rechazamos crea una tarea que otro pobre idiota tendrá que realizar en vez.

Pero hay otra manera de verlo: los fanáticos del “no” lo están reinventando como una alternativa altruista.

En el sitio web Entrepreneur hay una entrada de blog que propone que decir “no” es bueno, ya que abre espacio para que el personal menor pueda ascender. Y decir “no” en el trabajo te permite pasar más tiempo en casa con la familia.

A mí se me ocurre algo aún mejor. Si suficientes personas dijeran “no” a cosas sin sentido bastantes veces, se lograría una distribución de recursos más eficiente. Si todos nos negáramos a asistir a reuniones y eventos aburridos, eventualmente la gente dejaría de organizarlos.

A pesar de ser una gran admiradora del “no” en el trabajo, hasta yo reconozco que a veces es la respuesta equivocada. El gran reto es, por consecuencia, identificar cuándo se debe dejar de decir “no” y comenzar a decir “sí”.

El Harvard Business Review recomienda calificar todas las oportunidades del uno al diez, pero mi sistema es más sencillo. Yo les digo “sí” a las cosas que a) tengo que hacer; b) quiero hacer; o c) debo hacer. Aunque a veces no le hago caso a c) si logro disuadirme a mí misma a no hacerlo sin sentirme como una perfecta canalla.

El problema con este sistema es que muchas veces no queda claro si verdaderamente tienes que hacer algo, o si realmente quieres hacerlo. Pero en ese caso hay una regla: si lo dudas, debes decir “no”. Además, menos trabajo siempre es mejor que más.

La mayor diferencia entre “sí” y “no” es que uno es fácil y el otro difícil.

El “sí” lo puede decir cualquier tonto, mientras que el “no” exige carácter, compromiso y coraje. Decir “no” se vuelve más fácil con la edad: yo he pasado de ser malísima a ser una verdadera maestra, pero todavía hay espacio para mejorar.

He reconocido la importancia de decir “no” rápidamente. Si te andas con rodeos, ya estás en problemas y tienes la posibilidad de que te engañen para que digas “sí” por error.

También he aprendido a nunca dar razones, pues pueden ser disputadas, resultando en capitulación. Al escribir esto he aprendido una tercera lección: nunca decir que uno no puede hacer algo porque está demasiado ocupado.

Nadie quedará impresionado: estar demasiado ocupado significa que uno no sabe decir “no”.

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