Miguel Ricaurte

Más que cobre y madera

Miguel Ricaurte Economista jefe de Itaú

Por: Miguel Ricaurte | Publicado: Martes 7 de mayo de 2019 a las 04:00 hrs.
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Las cifras de balanza comercial conocidas hoy mostrarán un superávit en abril debido al gradual debilitamiento de las importaciones, lo que ya se evidenció al cierre del primer trimestre, y a la menor caída en las exportaciones, dada la recuperación del precio del cobre en el mes. De hecho, Chile ha tenido una balanza comercial superavitaria en los últimos años, aun cuando el precio del cobre cayó.

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Ello, en parte, se debe a que la caída que sufrieron los precios de productos energéticos que importa el país ayudó a que la balanza minera (exportaciones menos importaciones de dichos bienes) fuera favorable a Chile, aun cuando la balanza no minera (el saldo de ventas menos compras del resto de productos que comercializa el país) fuese negativa. También ayudó al ajuste el esquema de tipo de cambio flotante, que llevó a que cayeran las importaciones de otros bienes intermedios, de consumo y de capital.

La ausencia de mecanismos de ajuste habría provocado que el país registrara déficits comerciales sostenidos, como ocurrió en gran parte de la región. Aun así, tener un portafolio productivo y de exportaciones tan sesgado hacia productos básicos es un riesgo, y ha sido foco de atención para locales (académicos y políticos) y extranjeros (calificadoras de riesgo, FMI, entre otros).

El que estructuralmente Chile sea un país minero no es novedoso. A lo largo de su historia, la minería y los productos básicos han concentrado los envíos al extranjero. De hecho, en 2018 el cobre (48,3%) y otros productos mineros (4,7%), constituyeron más de la mitad de las exportaciones chilenas. Esto es algo menos que el casi 60% que representaban durante el peak del super-ciclo de las materias primas (2010-13), pero a la vez es muy superior al 40% que representaron al comienzo de la década de 2000.

El aumento en la importancia del cobre ocurrió al tiempo que China ingresó a la Organización Mundial de Comercio y pasó a ser el principal consumidor de materias primas a nivel global. Es así como hoy China compra el 34% de las exportaciones chilenas, casi cuadriplicando su importancia en algo menos de dos décadas y restándole peso a virtualmente al resto de los socios comerciales tradicionales de Chile. Entonces, no sólo hay concentración en términos de los productos comercializados, sino respecto de con quién se negocia. Después de China, los tres socios comerciales más importantes –EE.UU. (17%), la Unión Europea (12%), y Japón (9%) – pesan virtualmente lo mismo que el gigante asiático.

Tampoco son nuevos los esfuerzos por diversificar la matriz productiva del país a lo largo de los años. Esta administración no se queda atrás, pues ha puesto gran interés en favorecer industrias enfocadas en servicios tecnológicos y de alto valor agregado. Pero cambios en la estructura productiva (y de exportaciones) de un país toman años en ocurrir. Los clusters productivos (aún con ayuda estatal) no surgen espontáneamente, y demandan más que cambios normativos y tributarios favorables a la actividad privada y al emprendimiento. Mejoras en nivel educacional de la población (y consecuentemente en el capital humano), escala y acceso a mercados, capital semilla y seguridad jurídica son sólo algunos de los ingredientes clave en este proceso.

Chile tiene algunos, está trabajando en mejorar otros y seguramente está al debe en varios. Pero lo más importante es creer en el proceso, para evitar deslices del subconsciente que nos llevan a pensar que este país sólo puede aportar cobre y madera.

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