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Ninis

Por: Padre Raúl Hasbún | Publicado: Viernes 22 de septiembre de 2017 a las 04:00 hrs.
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Informa la OCDE que en Chile tenemos un 18,8 % de “ninis”: jóvenes entre 15 y 29 años que ni estudian ni trabajan. Entre 2009 y 2013 se logró reducir en casi cinco puntos el porcentaje de plácidos habitantes de este limbo singular. Pero en el cuatrienio siguiente nos estancamos en el mismo 18,8 % de 2013, repitiendo nuestro deshonroso sexto lugar de ninis en la OCDE.

Cuesta entender esta porfiada cifra, en un escenario de bajo desempleo y amplia cobertura escolar. Una razón sería el embarazo no deseado en mujeres de bajo nivel socioeconómico. Algún experto en ingeniería social la habrá incorporado como argumento en favor del derecho al aborto (la eufórica celebración de la Presidenta al promulgar la ley despejó cualquier ingenua duda sobre el sentido plenamente liberalizador que siempre se le atribuyó). Estaríamos en presencia de una novedosa política pública: facultando a la madre para eliminar al hijo no deseado, se liberan recursos fiscales destinados a alimentar y educar niños que no llegarán a nacer, disminuye el número de desempleados porque habrá menos candidatos a trabajar; y se ahorran los subidos costos de investigación, persecución y reclusión penal de tantos que, malnutridos en la pobreza, no tendrán otro destino que delinquir (no es sarcasmo: estas “razones” han sido y son esgrimidas en foros de economía y derecho).

Nuestra elevada cifra de ninis podría también explicarse por una larga historia de acostumbramiento parasitario. ¿Para qué ser libre y asumir costos y riesgos, cuando mis viejos estarán felices si me quedo en su casa todo el tiempo? (conmovedor altruismo de signo cristiano: soy nini en obediencia al precepto de “honrar padre y madre”…¡ si hasta Jesús se quedó con los suyos hasta cumplir 30 años!…).

Junto con las causas, nos preocupan las consecuencias. Cada nini tiene derecho y deber, y por eso mismo vocación, configuración y programación para estudiar y trabajar. Estudio, en latín, significa empeño, afán, dedicación y al mismo tiempo afecto, afición, celo y desvelo por algo. Ese nini que no estudia está sofocando su destinación natural a amar la verdad que lo hará libre. Y trabajar es agregar valor a la materia, conferir inteligencia, orden, sentido y utilidad a lo informe. Quien trabaja acredita autonomía, gana su pan con sudor y asume su responsabilidad familiar y social. El nini se automutila de estas dos vocaciones esenciales.

Nuestra cultura “chilensis” tiende a formar personas que rehúyen definirse tajantemente al menor temor de animadversión, desventaja o reproche. Se sienten más cómodas como “ni chicha ni limonada”, “ni fu ni fa”. Bíblicamente se da el repulsivo (y revulsivo) “ni frío ni caliente: a los tibios los vomitaré de mi boca”. Cristo exige ser y decir Sí o No. El Ni-Ni viene del padre de la mentira. Debería reconocerse hijo del “Yo soy el que soy”.

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