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No da lo mismo quien gane

Mario Mora Managing Partner Equation Partners

Por: Mario Mora | Publicado: Martes 14 de noviembre de 2017 a las 04:00 hrs.
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Mario Mora

La primera revolución industrial marcó el paso de la producción manual a la mecanizada; la segunda revolución trajo la electricidad y permitió la fabricación en masa; la tercera, en los 70’s, llegó con la electrónica, las tecnologías de la información y las telecomunicaciones. La cuarta la estamos viviendo hoy con la convergencia de las tecnologías digitales, físicas y biológicas, que combinarán infraestructuras con software, sensores, nanotecnología y tecnología digital de comunicaciones. De la mano de la IoT, “el internet de las cosas”, modificará la forma en que vivimos, trabajamos y nos relacionamos; y afectará a todas las industrias del mundo. El impacto de esto en la calidad de vida de la humanidad será impresionante, afectando cada aspecto de la vida de las personas en todo el planeta.

Al observar el contexto en que se dan todos estos procesos, siempre el denominador común ha sido la coexistencia de tres elementos: la iniciativa del sector privado, reflejada en miles de empresas y emprendedores con altas dosis de creatividad, entusiasmo, resiliencia, convicción, y sentido de logro; una economía de mercado, y un estado que provee reglas claras para todos los actores, promueve la iniciativa individual, protege a los más débiles y asegura la sustentabilidad con políticas que impulsen el crecimiento y la equidad.

Chile, desde el retorno a la democracia, vivió también una suerte de revolución como consecuencia de la existencia de un modelo de desarrollo que nos permitió salir de la mediocridad en que la mayoría de los países latinoamericanos nos encontrábamos, como consecuencia de añejas políticas proteccionistas que no hacían otra cosa que profundizar la pobreza, la desigualdad y el estancamiento de nuestra sociedad.

Desde el gobierno de Aylwin hasta hoy, la pobreza en Chile ha caído desde un 40% a cerca del 11%, y la población de estudiantes de educación superior, históricamente un selecto grupo de jóvenes privilegiados creció desde 200.000 a casi 1,2 millones en la actualidad, favoreciendo la creación de una potente clase media, un elemento más que clave en el andamiaje social y económico del país. El ingreso per cápita creció más de 5 veces, posicionando a Chile como el país con el mayor índice per cápita de Latinoamérica. Nuestra esperanza de vida se elevó a 80,5 años, lo que nos hace el país con mayor índice de la región, y uno de los 29 en el mundo cuya media supera los 80 años. Todo esto, en paralelo con una significativa expansión internacional de las empresas chilenas, un inmenso salto en la calidad del stock de talento técnico y profesional, y una importante diversificación de nuestro comercio con el resto del mundo.

Ahora que estamos a muy pocos días de las elecciones presidenciales, los chilenos debemos preguntarnos muy sinceramente en qué tipo de país queremos vivir y educar a nuestros hijos; en un país que continúe la senda del crecimiento iniciada hace más de 20 años, corrigiendo las deficiencias que haya que corregir para llegar al umbral del desarrollo, o vivir en un país anclado en una visión ideológica que da la espalda a la modernidad, al desarrollo y a la construcción de la verdadera justicia social.

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