Pablo Ortúzar

Cristianismo y feminismo

Pablo Ortúzar Antropólogo social, investigador Instituto de Estudios de la Sociedad

Por: Pablo Ortúzar | Publicado: Viernes 8 de marzo de 2019 a las 04:00 hrs.
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Una de las razones por las cuales el cristianismo aceleró el hundimiento de la civilización romana fue por sus efectos domésticos. La autoridad del pater en la familia romana, esclavos incluidos, se vio inevitablemente relativizada por la idea de que todos los seres humanos eran igualmente dignos ante los ojos de Dios. Mujeres, esclavos y niños pudieron apelar a una fuente de autoridad espiritual, distinta y superior a la del jefe de hogar.

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“Ya no hay judío ni pagano, esclavo ni hombre libre, varón ni mujer, porque todos ustedes no son más que uno en Cristo Jesús”, decía San Pablo, al tiempo que un amplio contingente de mujeres lo ayudaba a expandir el mensaje cristiano. Y es justamente esta imagen de un movimiento de mujeres y esclavos la que causaba, muchos siglos después, la mayor repugnancia en Nietzsche.

Si la familia es hoy un espacio medianamente habitable y seguro para mujeres y niños, es gracias a esta disrupción. Sin embargo, esa fuerza original se fue diluyendo con los años, al tiempo que las mujeres fueron perdiendo sistemáticamente protagonismo en la Iglesia Católica hacia el fin de la Edad Media. El derecho romano volvió por sus fueros, al igual que la filosofía griega, que despreciaba al “sexo débil”. Además, el celibato desplazó a la familia del seno eclesiástico, al tiempo que las mujeres fueron quedando relegadas al espacio monástico. El clero se volvió un espacio de hombres, y ese espacio de hombres se volvió potencialmente peligroso para mujeres y niños, tal como nos muestra el incesante caudal de abusos que hoy conocemos.

El movimiento de mujeres mundial es, en estas circunstancias, más una oportunidad que un peligro para el cristianismo. Es una oportunidad para replantearse el lugar de la mujer dentro de la Iglesia, dentro de la familia y dentro de la sociedad. Y, de manera inevitable, también el rol de los hombres. Hay en esto una tremenda deuda pendiente, que tiene mucho que ver con la posibilidad de encontrar un camino de salida a la presente situación de escándalo.

Por cierto, tal reflexión podría ser también de enorme utilidad para el movimiento de las mujeres. En parte, porque dicho movimiento, en casi todas sus variables, denuncia los males de la sociedad moderna, pero plantea salidas que van siempre en la línea de la visión del ser humano que está detrás de la misma sociedad que denuncian. Basta revisar los pliegos de demandas para descubrir la misma antropología individualista y voluntarista que empapa el orden capitalista-patriarcal que se supone que quieren combatir. La captura del movimiento por parte de la izquierda ha significado una severa traba en su imaginación política: al final, lo que se suele demandar es una expansión ilimitada de la esfera de autonomía individual sostenida en el poder de un Estado igualmente expansivo.

Estamos en un momento en que el cristianismo necesita la causa de las mujeres, y la causa de las mujeres necesita al cristianismo, aunque ninguna de las dos partes se dé todavía por enterada.

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