Padre Hugo Tagle

Cuento pascual

Por: Padre Hugo Tagle | Publicado: Lunes 20 de abril de 2015 a las 04:00 hrs.
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Al final de la vigilia pascual repartí huevitos de chocolate a los niños. Hice la advertencia, sí, que cada uno se llevara uno o dos, para que alcanzaran para todos. Entre ellos, había dos que volvían una y otra vez a pedir. Les hice ver que, lo que uno se lleva, se deja de dar al otro. Alegaron que "no les había tocado ninguno".

Era evidente el engaño pero, en fin, les di un par más y salieron de la capilla. Terminada la repartición, salgo al encuentro de un grupo de padres. Para mi sorpresa, entre ellos se encontraba uno de los niños que, con los bolsillos llenos de huevitos de pascua, les contaba la gracia de haber recibido muchos más que el resto. Antes que reprenderlo -los papás sabían que eran solo uno o dos por niño- le celebraban la gracia. Me imaginé el diálogo antes de la repartición: "pídele más, no importa. Dile que no recibiste". Cosa de niños, me dirán.

La pena es que "estas travesuras de niño" son las que se van enquistando en el alma, configurando un modo de vida, de relacionarse con los demás, que lo impregna todo; del "no importa", "no es para tanto", pasamos a ligas mayores en materia de faltas a la verdad y honestidad. Quizá no actos delictuales, pero en el límite. Contemplamos la vida con una predisposición a "sacarle ventaja" a como dé lugar. Hasta que se hace tarde.

Los padres, como el Buen Padre Dios, deben ir educando a sus hijos en los pequeños detalles de demostrar su honradez para que, al verse enfrentados a grandes dilemas, su resolución les parezca evidente. Grandes casos por los cuales todos nos escandalizamos hoy, podrían haberse evitado si los padres en su minuto hubieran "incubado" en ellos el buen sentido de la honradez. "El que es honrado en lo poco, también lo será en lo mucho", nos dice San Lucas. Todos los días se nos regala la oportunidad de demostrarlo en pequeñas decisiones y crecer así en un círculo virtuoso, donde la verdad e integridad son tan evidentes como lavarse los dientes.

Hay algo de enfermizo en los chilenos: esa necesidad imperiosa de "sacar partido" o una tajada un poquito mayor que la del vecino a como dé lugar. Nos sentimos abusados, por lo que yo también abuso. Me alegro si me dieron vuelto de más, si me pude colar en el bus, si no me cobraron la bebida por descuido, si la cajera "se olvidó" de cobrarme la mortadela. Pequeñas "ventajas" que parecieran alegrarnos el día, siendo que tras ellas es evidente que otro sale perjudicado. La fidelidad en la fe y el amor a los demás se incuba en los pequeños detalles de honradez y probidad de lo cotidiano. Allí se prepara el alma para los desafíos grandes en que se prueba lo que se ha conquistado en lo pequeño.

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