Padre Hugo Tagle

Edadismo amenazante

Padre Hugo Tagle En twitter: @hugotagle

Por: Padre Hugo Tagle | Publicado: Lunes 19 de febrero de 2018 a las 04:00 hrs.
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Una de las tres grandes formas de discriminación de nuestra sociedad, por detrás del racismo y el sexismo, es el llamado edadismo. Vale decir, la discriminación por edad, la consideración de que ser mayor es una limitación, como quien tiene una enfermedad incurable y muy limitante.

A tanto ha llegado esta amenaza, que en el plan internacional de acción de las Naciones Unidas se sitúa la problemática del maltrato hacia las personas mayores dentro de la violación de los Derechos Humanos Universales.

Así como nos resulta cada vez más chocante la discriminación por sexo, nos debería resultar igualmente injusto e irracional el discriminar por la mayor edad.

Resulta curioso. A todos nos parece evidente que la edad regala sabiduría, mayor reposo, toma de mejores decisiones. Pero a la hora de confiar efectivamente en “la experiencia”, damos pie atrás. Desconfiamos, nos volvemos recelosos.

Tanto el sexismo como el edadismo son formas de discriminación, operaciones culturales que pueden darse conjuntamente y que pueden llevar a una reducción de la autoestima, debilitan el “yo”, y emplean el físico como medida del mérito.

Incluso uno mismo, o personas que no son de tanta edad, comienzan a convencerse de que “ya no son útiles”, desconfían de sus propias capacidades, criterios y decisiones. Nos tornamos inseguros, siendo que no existe razón para ello. Terminamos confiando en “los más jóvenes” ¡simplemente por el hecho de serlo! Como si la edad juvenil trajera de suyo una suerte de bálsamo mágico, poción misteriosa, o antídoto contra todos los males. Y no hay nada de eso.

La cantinela de “la voz de los jóvenes” me recuerda al cuento del rey desnudo: falta alguien que ponga sensatez y desvele el engaño; que la experiencia se gana con los años, que la edad juvenil está para aprender, para aprovechar la experiencia acumulada y no tropezar en la misma piedra. Pero no. Dale con sobreestimar a “la juventud”, como si los mismos jóvenes se sintieran valorados por eso. Al contrario. Muchos ven en ello una suerte de subestimación. Como una mujer bonita que al final se siente despreciada si ven en ella sólo belleza y atractivo físico.

“Juventud, divino tesoro”, dice el dicho. Pero se debe entender como receptáculo para acumular experiencia, sacar partido de lo que otros han sembrado, aprender de sus logros y fracasos. Recoger para sembrar con nuevo brío. Tenemos que acostumbrarnos a la idea de que viviremos más. Por lo que es hora de valorar la experiencia y las canas. Todos llegaremos a viejos. Despreciar la edad es despreciarse a sí mismo.

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