Padre Hugo Tagle

Hermana muerte

Padre Hugo Tagle En twitter: @hugotagle

Por: Padre Hugo Tagle | Publicado: Lunes 27 de abril de 2020 a las 04:00 hrs.
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La “hermana muerte” de que habla San Francisco se ha transformado en comentario matinal obligatorio en nuestra vida doméstica, mesa familiar, conversaciones telefónicas y chats. Los datos de la pandemia, casi en una suerte de puesta en escena de una ceremonia de graduación, son anunciados religiosamente cada mañana. Como elemento positivo, se ha sabido subrayar la cantidad de casos que se recuperan, dato de importancia que nos da pistas de que el virus se puede vencer.

La muerte atemoriza. Sabemos que vamos a morir. Lo entendemos, tratamos de asimilarlo, pero nos rebelamos ante ella. Nunca se está preparado. Siempre “sorprende”. Sabemos que es un dato incuestionable; que la vida tiene un término. Pero justamente al momento de tomar conciencia de nuestra finitud, de “plazo final”, se vive mejor, más intensamente. Es el acicate necesario para sacarle partido y darle pleno sentido a este tiempo reducido que es la existencia terrena. Estamos pensados para un más allá que, en clave religiosa, es el Cielo, la eternidad.

La muerte es esa realidad desconcertante, ineludible, que nos aturde. Nos gustaría controlarla, como controlamos otros aspectos de la vida. Estas semanas de pandemia han desnudado crudamente nuestra fragilidad y limitaciones. Sí, no somos dueños de la vida. Hay elementos imponderables que no podemos dominar.

La medicina moderna ha alimentado, sin culpa por cierto, la sensación ilusa de haber logrado casi vencer la muerte. Si esta acontece, es por una falla y no como respuesta al curso natural de la vida. Como si siempre pudiésemos robar algunos años más a ese imponderable para el que hay que prepararse cotidianamente.

Lo desconcertante no es la muerte. Lo desconcertante y asombroso es la vida. Somos un milagro en la creación. En un universo inerte, somos la “excepción excepcionalísima”. Por lo mismo, la vida y la salud son materia de agradecimiento cotidiano, tarea y don inmerecidos.

“La presente pandemia nos está enseñando que sólo unidos y haciéndonos cargo los unos de los otros, podremos superar los actuales desafíos globales y cumplir la voluntad de Dios, que quiere que todos sus hijos vivan en comunión y prosperidad”, dijo el Papa Francisco hace unos días.

La mayor conciencia de finitud y fragilidad nos debe llevar a ser más humildes, solidarios, comprensivos ante el dolor y más abiertos a ese final al que asistiremos todos. Es tiempo de dejar espacio a Dios para descubrir con Él que somos tanto más valiosos en nuestra solidaria fragilidad y dependencia.

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