Padre Hugo Tagle

Huevos de Pascua

Por: Padre Hugo Tagle | Publicado: Lunes 6 de abril de 2015 a las 04:00 hrs.
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El mundo cristiano celebró ayer la Pascua de Resurrección. El centro de la fe cristiana. "Si Cristo no resucitó, vana es entonces nuestra predicación, vana es también vuestra fe", dice san Pablo. La fe cristiana gira en torno a este vértice. Todo lo demás, es accesorio. Y de ahí brotan todas sus consecuencias. La fe en Cristo debe transformar la vida de quien cree. No se puede ser el mismo luego de Pascua.


Hemos vivido semanas convulsionadas. Los efectos de las inundaciones en el norte se harán sentir por mucho tiempo. Las imágenes que llegan de Copiapó, Chañaral, Diego de Almagro siguen siendo sobrecogedoras a pesar de que han pasado varias semanas. Impotencia y aflicción. Lamentamos la pérdida de vidas humanas. Pero a su vez, hay que agradecer los signos de solidaridad que han brotado en todas partes. Tantos que han dejado el pellejo ayudando a compatriotas que lo perdieron todo.


La solidaridad debe continuar. La verdad, debemos ser solidarios toda la vida. Estas calamidades nos seguirán sorprendiendo. Hay que vivir en estado de alerta y poner mayor atención a la forma en que se abordan. Un país como el nuestro, sísmico y volcánico, está obligado a dormir con un ojo abierto.


La cruz del Viernes santo no fue el final de la historia. Tras todo dolor que nos depara la vida, difíciles de comprender, hay una luz de esperanza. Es la que nos regala Cristo resucitado. Él venció a la muerte. Él sigue sufriendo en medio nuestro. Sufre en Chañaral, Copiapó, en el sur quemado, herido. No estamos solos. El Dios de los cristianos es un Dios que conoce, comprende y vive el dolor de sus hijos. Pero ¿por qué tanta inestabilidad? ¿No nos pudo regalar una tierra más segura? La fragilidad de la naturaleza nos recuerda nuestra dependencia de Dios y el íntimo vínculo que nos une tanto a Él como a los demás. El otro no es un extraño, menos un enemigo: es un hermano, sobre todo si sufre, si se encuentra solo o desamparado. Ante las calamidades y sufrimientos del otro, nuestros problemas cotidianos se relativizan o disminuyen de tamaño. No hay derecho a ahogarse en un vaso de agua, cuando se ve a otros sufrir mucho más. Al final, tras el dolor y la muerte no hay un callejón sin salida: hay luz y esperanza.


Un bonito signo nacido entre los primeros cristianos para conmemorar el domingo de resurrección es el huevo de pascua. Ahora son de chocolate y pintados de colores. Si no ha comprado, compre un paquete, regale y cómase algunos. O varios. Los tenemos bien ganados. Sobre todo los compatriotas del norte ¡Que Cristo resucitado nos traiga alegría, vida y paz!

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