Padre Hugo Tagle

Robar

Por: Padre Hugo Tagle | Publicado: Viernes 26 de junio de 2015 a las 04:00 hrs.
  • T+
  • T-

Compartir

Padre Hugo Tagle

Padre Hugo Tagle

El séptimo mandamiento divino es categórico: "No robarás". Prohíbe tomar o retener injustamente el bien que pertenece a otro. Las relaciones humanas en materia económica están regidas por la templanza, que modera racionalmente el apego a los bienes perecederos; por la justicia, que ordena darle a cada uno lo suyo; y por la caridad solidaria, que siguiendo la regla de oro de la ética nos impulsa a dar al otro todo lo que esperaríamos recibir de él estando en su situación: mi prójimo es mi otro yo. El derecho a la propiedad privada, adquirida por el trabajo, la herencia o la donación es congruente con la naturaleza humana y legítimo en cuanto garantiza la libertad, dignidad y futuro de las personas. Pero no invalida el destino original de los bienes de la Tierra: servir a todo miembro de la gran familia humana. El dueño de un bien es administrador de la divina Providencia, con expreso mandato de hacerlo fructificar y comunicarlo, primero en justicia y luego por caridad, a quienes lo necesitan. Ello explica el reproche y castigo severos con que se conmina, en la Biblia, tanto a los que roban lo ajeno como a los que omiten comunicar solidariamente sus bienes con los que nada poseen. ¿Por qué es tan frecuente, antiguo y contemporáneo, en pobres y ricos, este hábito de tomar o retener injustamente el bien ajeno? Su etiología puede ayudar a su terapia, preventiva y curativa. El dinero, símbolo e instrumento del poder de adquirir y poseer, ejerce una atracción compulsiva, convirtiendo a su poseedor en un poseído. Tal como el fuego, nunca dice "¡basta!". Cuesta encontrar a un hombre que reconozca tener ya suficiente dinero. Llega, el dinero, a proclamarse amo y señor de quien creía ser su dueño y poseedor. Y como es imposible servir al mismo tiempo y con igual celo a dos señores contrapuestos, la fascinación idolátrica del dinero termina subyugando la libertad y decencia de quien ha puesto en él toda la confianza que no ha sabido o querido poner en Dios. La ineducación a la templanza comparece como primera causa basal de la adicción a tomar o retener lo ajeno.

Los contratos que suscribimos transparentan la confianza y aprecio que tenemos por el otro. Nos obligamos para con él, tal como él se obliga para con nosotros. Si firmamos a sabiendas de que no estamos en capacidad de cumplir, procurando enriquecernos a costa del otro, es que no entendemos nada de justicia. Esa misma vara de injusticia nos será enrostrada, y amargamente medicinada, por contratantes más astutos que nosotros, y por un Dios que se complace en llamarse Justo.

Ese Dios clama, en cada hombre que sufre solo en su necesidad: "¡Ayúdame!". Desoír el clamor del amor es autocondenarse a mil años de soledad.

Lo más leído