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Por qué no vino Mike Maples

Jennyfer Salvo Directora Softpower Connections Consultores

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Hace un tiempo me tocó invitar a Mike Maples, uno de los principales inversionistas de Silicon Valley, referente indudable de la explosión de startups tan importantes como Twitter a un evento de innovación en Chile. La oferta era conocer de primera mano a los máximos innovadores de los países de la Alianza del Pacífico. Su primera reacción fue “¿para qué ir a Chile, si aquí está pasando todo?”. Ni conocer la Antártica fue suficiente incentivo. No vino.

Justo en estos días, distintas instituciones públicas están definiendo los montos y formatos de sus instrumentos de fomento a la innovación y el emprendimiento. Se trata de un debate clave porque, citando al recién galardonado Premio Nobel de Economía, Paul Romer, “la economía es esta enorme máquina de descubrimiento de la innovación y lo que el gobierno puede hacer de manera útil es enfocar algo de ese esfuerzo donde las cosas resultan mejores para todos”.

El debate sobre el crecimiento de Chile tiene en el corazón a la innovación, una palabra usada de manera intensiva, pero cuyo foco no siempre está claro. La innovación apunta a la creación de algo nuevo, a una modificación, o una adecuación, que es percibida como valiosa y por la cual el mercado estaría dispuesto a pagar.

La riqueza de Chile, o el PIB, se explica en un 56% por el comercio exterior. Al menos la mitad de lo que exportamos corresponde a cobre y sus derivados. Le sigue en relevancia la exportación de alimentos. Según cifras de Cepal, entre 2010 y 2017 exportamos cada año 4.600 productos. ¿Qué significa eso? Que nos diversificamos poco, que exportamos casi lo mismo, que la agregación de valor está estancada y que el número de empresas que participan del comercio exterior son casi las mismas. Entre 2008 y 2017 el número de empresas exportadoras osciló entre 8.200 y 8.167 cada año, aunque son alrededor de 300 las que concentran el 80% de la oferta exportable.

El mercado chileno es pequeño y distante. La innovación “made in Chile” no alcanza a florecer dentro de nuestras fronteras. Requiere exponerse a mercados más grandes, acceder a mayor volumen, testearse en contextos distintos y exigentes. Contamos con la red más amplia de tratados de libre comercio que nos da acceso preferente a más del 65% de la población, 86% del PIB mundial. En castellano, tenemos la puerta abierta para venderle a casi todo el planeta.

¿Qué falta para dar el salto? Una conjunción de factores que se resumen en: mayor conocimiento sobre los mercados; mejor foco al elegir el destino de los esfuerzos; redes, redes y redes; storytelling que agregue valor e incida en la percepción sobre la oferta chilena, o sea, inversión en imagen país; y por último, líneas de apoyo público que permitan profundizar y sostener en el tiempo la exposición internacional de nuestros emprendedores.

Hay mucho en juego. Amerita estar atentos para que Mike Maples y otros como él empiecen a creer que realmente tenemos lo que decimos ofrecer.

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