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Productividad e innovación: Uber vs la reforma laboral y la comodidad empresarialS

Profesor Universidad Adolfo Ibáñez

Por: Juan Carlos Eichholz | Publicado: Martes 2 de agosto de 2016 a las 04:00 hrs.
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San Pablo decía “Hago el mal que no quiero y no hago el bien que quiero.” ¿Cuántas veces caemos nosotros en contradicciones similares, declarando una cosa y haciendo otra? ¿Cuántas veces nos quedamos en las palabras y no las transformamos en hechos?

Eso es lo que está ocurriendo con dos expresiones que hace un buen rato vienen ocupando titulares en los diarios y frases en los discursos de autoridades públicas y dirigentes gremiales: innovación y productividad. ¿Quién no está de acuerdo en que Chile debe poner énfasis en estos dos aspectos? Aquí coinciden moros y cristianos, derecha e izquierda, trabajadores y empresarios, hombres y mujeres… pero poco y nada pasa.

Si el gobierno realmente creyera en la importancia de la productividad -más allá de titular 2016 con ese nombre-, respaldaría a Uber en lugar de atacarlo. Mal que mal, ¿qué puede generar más productividad en el transporte urbano que un sistema como ese? No solo es bueno, bonito y barato, sino que permite un uso mucho más eficiente de la infraestructura pública que lo que hoy tenemos con los taxis y las restricciones. Pero en lugar de jugarse por Uber se juega por una reforma laboral que va exactamente en el sentido contrario.

Y si los empresarios chilenos realmente creyeran en la importancia de la innovación, habría cientos de historias que contar similares a las de Uber. Pero no las hay. Pese a que las herramientas para innovar están ahí disponibles, algo ocurre que se prefiere el statu quo o, a lo sumo, reducir costos para hacer frente a un escenario adverso, reforma laboral incluida.

Para hacer tortillas…

¿Por qué ocurre esto? La explicación es simple, y la solución requiere valentía. Si para hacer tortillas hay que romper huevos, para optar a los beneficios de la productividad y la innovación hay que asumir ciertos costos previos.

Vuelvo a Uber. Está claro que el ministro de Transportes no es ningún tonto, y que se da cuenta de la mayor productividad que este sistema representa. Hacer que ese tipo de transporte pague impuestos y se ajuste a normas básicas de seguridad no parece ser muy difícil. Lo difícil es enfrentar a los taxistas organizados. Ahí es donde, además de inteligencia y estrategia, se requiere valentía, como Lagos la tuvo cuando enfrentó a los microbuseros amarillos de antaño, desgraciadamente, en pos de un Transantiago que se transformó en el símbolo de una política pública mal diseñada.

Y lo mismo con la reforma laboral, que si hubiese apuntado a favorecer la productividad habría requerido enormes agallas de parte del gobierno, que tendría que haber enfrentado al PC y a la CUT -mismo discurso; distintos voceros-, entre otros actores.

Es obvio que cualquier cambio con un alcance sistémico como este va a frustrar las expectativas de varios. Imposible ser monedita de oro y dejar a todos contentos. De ahí que se requiera valentía, que nace de la convicción, e inteligencia, que se traduce en buenas estrategias. Si no se tiene la una o la otra, es mejor entonces no anunciar nada, porque va a pasar lo mismo que con San Pablo.

Y para las empresas no es tan distinto. A menos que todo vaya mal, innovar requiere valentía, porque supone adentrarse en terreno desconocido, dejando de lado la seguridad que brinda seguir aplicando la receta del éxito pasado. Como reza el dicho, “Si no está roto, para qué arreglarlo.” Pero, entonces, ¿hay que esperar a que se rompa para hacerlo distinto? La experiencia empresarial chilena daría a entender que sí.

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