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¿Qué haría Cristo en mi lugar?

Past president USEC

Por: José Antonio Garcés | Publicado: Miércoles 1 de febrero de 2017 a las 04:00 hrs.
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La semana pasada se hizo pública la Encuesta Nacional Bicentenario 2016, realizada por la Universidad Católica y GfK Adimark. Dentro de los resultados que arrojó, lamenté constatar que sólo el 7% de los encuestados dijo confiar en las empresas, mientras el 60% declaró que creía poco o nada en ellas.

Como empresario estas cifras me duelen, pues intuyo que representan a muchos chilenos que tras los escándalos de los últimos años miran con recelo a la empresa y sus dirigentes.

Si bien ha habido casos en los que se han vulnerado los derechos de los consumidores, éstos no representan a quienes nos esforzamos por hacer las cosas bien. A la vez, el actual escenario nos permite recordar que podemos ser empresarios exitosos sin transgredir los principios éticos y las reglas del juego.

Porque la empresa, cuando es bien gestionada y responde al anhelo de contribuir verdaderamente al bien común, puede ser un enorme motor de crecimiento económico y humano, una fuente de desarrollo sustentable para sus trabajadores, consumidores, accionistas, proveedores y toda la comunidad. Puede ser un mecanismo de capacitación, en el que se prepare a las personas en aspectos técnicos y también valóricos, promoviendo el desarrollo de habilidades como la empatía, la asertividad, la tolerancia, la creatividad, la adaptación al cambio, el respeto, el espíritu colaborativo, en fin, cualidades que permitan el crecimiento integral de sus miembros. La empresa puede ser también un vehículo para la inclusión, para la producción de mejores bienes y servicios que contribuyan a alcanzar la rentabilidad esperada y a generar empleo.

¿Pero qué deben tener sus líderes para poner en práctica todo esto? No se requieren grandes títulos, simplemente sencillez de espíritu y un profundo apego a los valores y a la ética, con mayor razón si nos declaramos empresarios cristianos. Y es que ninguno de nosotros debiera avergonzarse de decir “yo soy cristiano”. Debiéramos animarnos a llamar a otros a seguir los pasos de Cristo y a manifestarlo con orgullo. Ser cristiano no necesariamente se relaciona con profesar un credo. Se trata de actuar como lo haría cualquier ser humano honesto y bondadoso. ¿Y quién si no Cristo para darnos el ejemplo? Basta con revisar la historia para constatar que se trató de un hombre sabio, justo, sencillo, inclusivo. Un líder innato que enseñaba con la simpleza de las parábolas. Un líder servidor, generoso, dispuesto a escuchar y a comprender hasta a sus más acérrimos detractores.

Ejercer este tipo de liderazgo en el mundo empresarial es prioritario. ¿Pero se puede pasar del dicho al hecho? Claro que sí. Ejemplos hay varios. Está el caso de José Zabala de la Fuente, ex presidente de USEC, a quien su noble vocación de empresario lo llevó a trabajar incansablemente para disminuir la pobreza en Chile, instando a sus pares a meter los pies en el barro e ir más allá de sólo “poner los billetes”, y al Estado a confiar en las buenas intenciones del empresariado para acercar posiciones que permitieran “comprobar los pros y los contras de un esfuerzo conjunto y solidario”.

O el caso de Felipe Cubillos, empresario y navegante que fundó Desafío Levantemos Chile para apoyar a las comunidades afectadas por el terremoto de 2010. “Ayuda a los que son igual o más capaces que tú, pero que no han tenido tus mismas oportunidades”, decía.

O el caso del empresario argentino Enrique Shaw, en vías de ser beatificado por su aporte a la creación de una cultura corporativa centrada en las personas y por llamar a los dirigentes empresariales a cambiar el cristal con que miraban la empresa, que en sus palabras era “algo más que un simple medio para ganarse la vida”.

Como empresarios cristianos, en USEC estamos comprometidos con seguir estos ejemplos y con transformar nuestros lugares de trabajo en ambientes respetuosos de la diversidad y la inclusión. Buscamos decidir en conciencia, para aportar a la construcción de una sociedad más justa y solidaria y reconstruir las confianzas perdidas. Por ello, constantemente nos cuestionamos cómo y hacia dónde vamos, con una simple y a la vez gran pregunta: “¿Qué haría Cristo en mi lugar?”.

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