Rafael Mies

No demos vuelta la página

Por: Rafael Mies | Publicado: Viernes 24 de diciembre de 2010 a las 05:00 hrs.
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Queridos amigos, ya son muchos los que comentan: que bueno que por fin se termina este 2010, que rico dar vuelta esta página y olvidar tanto sufrimiento acumulado. Pareciera que ni el bálsamo que produjo el rescate de los 33 mineros alcanza para mitigar el dolor que desata la muerte de los 81 presos, o la tragedia en la Autopista del Sol, ni tantas otras historias de amargura que nos dejó el terremoto y posterior tsunami.



Sin embargo, como se afirma en un libro de la fundación Desafío que recibí de regalo De la oscuridad a la luz, sería una irresponsabilidad dar vuelta la página y con ello despreciar el aprendizaje que nos deja 2010. Por el contrario, para los que creen que no todo es casualidad en la vida, ni reducen las circunstancias a la buena o mala suerte, el término de este año nos obliga a una reflexión profunda, acerca del sentido más hondo de la existencia y la historia que nos toca construir.

Aunque parezca increíble, cada evento dramático vivido durante este año trae aparejada una lección de vida. Es precisamente ese el mensaje de la navidad, el signo contradictorio de un Dios que se hace hombre y asume el dolor para acompañar al sufriente en su peregrinar de la vida a la muerte, y de la muerte a la vida.

Con este espíritu creo que este 2010, al igual que en el caso de los Reyes Magos, nos deja al menos tres regalos.

El primero, oro, que en lo personal lo veo reflejado en el rescate de los mineros. En nuestra corta historia pocas veces esta nación se ha unido tanto frente al valor de la vida humana. Rescatar a los mineros fue en muchos sentidos rescatarnos a nosotros mismos. Al contemplar la fe inquebrantable de los familiares de los mineros Chile aprendió que la fe realmente mueve montañas, que la tecnología por sí sola no basta que, cómo señaló Sucarret: Pasan cosas inexplicables. Creo, de verdad, que Chile se volvió más rico con este oro que fue el rescate.

El segundo regalo fue el incienso, que quemado y convertido en humo representa la espiritualidad humana que sube como oración al cielo. El incienso lo veo reflejado en los millares de voluntarios que aparecieron tras la tragedia del terremoto. La generosidad de tantos desplegada a raudales. Jóvenes, niños y viejos que literalmente se consumieron por el fuego del amor para ayudar a los necesitados. ¿Qué los movía?, ¿de dónde brotaba su energía y alegría? Es el regalo del espíritu humano que se manifiesta en estas opciones personales de ayuda, que nada tienen que ver con los bienes materiales ni menos con las recompensas económicas.

Por último la mirra, aquél ungüento ácido para embalsamar a los muertos. Este tercer regalos es el más difícil de recibir y aceptar, pero es el que nos trajo el accidente carretero y la muerte de los presos. La mirra es el regalo de la humildad. Sin humildad no hay verdad y sin verdad no hay cambio. Si con el oro del rescate corrimos el riesgo de creernos el cuento, y con el incienso de la solidaridad fuimos capaces de mirar al prójimo, con la mirra de los funerales pudimos recobrar sensatez de un país que tiene aún mucho por mejorar.

Sin duda, existen miles de otras reflexiones más profundas que se pueden hacer, por lo mismo sería una pena dar vuelta la página y con ello rechazar tantos regalos que nos deja este 2010.

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