Columnistas

Realismo con renuncia

Daniel Contesse Vicerrector de Innovación y Desarrollo, Universidad del Desarrollo

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Apliquemos lógica elemental: cuando se ha decidido implementar un conjunto de acciones que cambian estructuralmente la manera de hacer las cosas y los resultados obtenidos son cada vez peores, sólo quedan dos posibilidades. Una, interpretar que los resultados no son una consecuencia de las medidas tomadas. En ese caso parece razonable perseverar, asumiendo que se está en lo correcto y esperando que los buenos resultados lleguen en algún minuto. La alternativa es pensar que los resultados sí son una consecuencia de las medidas tomadas y entonces se hace necesario hacer cambios de rumbo significativos para mejorar los resultados.


No importa cuál de estas dos interpretaciones se tenga, lo que es claro es que en ninguno de los dos casos la expresión "realismo sin renuncia" calza, ya sea porque la realidad nos indica que hemos tomado malas decisiones y, por lo tanto, sí debemos renunciar a ciertas ideas; o creemos que las ideas siguen siendo buenas, y por lo tanto la expresión realismo no viene a lugar, ya que no hay nada nuevo que asumir y sólo queda perseverar. Sin embargo, nos intentan confundir con un lenguaje sincrético que busca dejar felices a unos y otros. Esta estrategia puede tener éxito en el corto plazo, bajando la tensión y dando espacio a que las distintas partes se vean interpretadas. Pero sabemos que luego de un mínimo análisis se hace evidente la contradicción y se pierde aún más credibilidad.


La verdad es que la evidencia y el sentido común nos dice que estamos más bien en el caso en que las medidas tomadas son equivocadas. Muchos hacen alusión a que el problema principal es que las reformas han sido mal diseñadas, cuestión que a esta altura ya nadie discutiría. ¿Se trata entonces de mejorar el diseño e implementación? No, podríamos hacer eso y los resultados serían igualmente malos porque el problema es que las ideas matrices son malas. Son malas porque están todas inspiradas en cuestiones utópicas inalcanzables que no tienen lógica, tal como lo es la frase realismo sin renuncia. Las ideas matrices están llenas de buenas intenciones que todos compartimos, pero se basan en soluciones que han demostrado una y otra vez no funcionar ni aquí ni en ninguna otra parte.


Es así que el realismo propuesto por la Presidenta debe ser con renuncia, particularmente cuando la evidencia es abrumadora y demuestra que tantas ideas lanzadas bajo la pasión de la campaña y la presión de la calle, terminan por generar un impacto tan negativo. El realismo implica asumir las cosas como son y ajustar el rumbo de acuerdo a la evidencia. El realismo tiene que ver con cambiar los relatos sincréticos y confusos que buscan fallidamente rescatar las confianzas a través de la estrategia de hablarle un poco a todos, por mensajes asertivos y definitorios que definan un camino claro a recorrer y que reflejen de manera adecuada la realidad y lo que está ocurriendo. Para todo lo anterior es necesario contar con líderes políticos que no se planteen desde la lógica de caerle bien a todas las partes, sino que ejerzan el verdadero liderazgo, ése que busca guiar y no seguir, que busca orientar y marcar una ruta en base a una convicción racional e inteligente y que logra convencer. Liderazgo tiene que ver en definitiva con la valentía para asumir los errores, enmendar el rumbo y poner los intereses de largo plazo del país por sobre las miradas ideológicas y los intereses particulares. Esto sí que es realismo; todavía estamos a tiempo.

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