Columnistas

Una libertad paradójica

Claudio Alvarado R. Director ejecutivo Instituto de Estudios de la Sociedad

Por: Claudio Alvarado R. | Publicado: Jueves 20 de septiembre de 2018 a las 04:00 hrs.
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Claudio Alvarado R.

¿Cuál es el estado de la libertad económica en nuestro país?

La pregunta, naturalmente, no admite respuestas simples. Desde luego, hay un sinnúmero de variables empíricas y técnicas involucradas. Ahora bien, quizá la mayor dificultad sea que al momento de analizar esta interrogante necesariamente intervienen otros factores, de naturaleza política y moral.

En otras palabras, es imposible abordar la pregunta en cuestión sin acudir a concepciones que exceden el plano estrictamente económico, relativas al fundamento, alcance y límite que atribuimos a la libertad en materia económica y, en general, a las libertades personales.

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Tomar conciencia de lo anterior es indispensable, considerando que si algo caracteriza el estado actual de esas libertades en Chile, es la sensación ambivalente que despiertan en los ciudadanos. En principio, parece indudable que las dinámicas del consumo y de la llamada modernización capitalista han sido asumidas por la población. De hecho, este suele ser el argumento de quienes invitan a comparar la cantidad de participantes a tal o cual marcha con los asistentes a un mall capitalino en un fin de semana promedio. Sin embargo, esta es sólo la mitad de la historia.

En efecto, dichas dinámicas conviven con un creciente rechazo a los abusos, colusiones y escándalos de corrupción que han afectado a diversos actores empresariales durante los últimos años, y que inevitablemente han repercutido en su legitimidad.

En este cuadro, lo primero que cabe concluir es que hoy resulta, cuando menos, insuficiente suponer —como lo hizo cierta derecha durante los 90— que la expansión del mercado y las libertades económicas pueden legitimarse por sí solas. En rigor, quienes valoran la economía social de mercado debieran ser los primeros en advertir que su defensa y promoción exige subrayar aquellos fundamentos extraeconómicos que permiten explicar por qué este sistema puede resultar valioso para la generalidad de la población, y no sólo para quienes son vistos como privilegiados.

Ahora bien, tal ejercicio —si aspira a la consistencia— obliga a adoptar actitudes y medidas que no siempre han estado en la mente de nuestras elites. Por de pronto, la distinción elemental entre ser “pro mercados” y “pro empresa”. Y aún más importante, la disposición a formular una crítica razonada al denominado “modelo”, capaz de adaptar las instituciones que sustentan nuestra economía a las necesidades de un país muy distinto al de dos o tres décadas atrás.

Sin ir más lejos, la difusión de una actitud de esta índole, abierta a enfrentar las tensiones y frustraciones que se fueron incubando en el Chile de los 90, probablemente habría atenuado la ola de movilizaciones que se desataron en 2011. Asimismo, nada permite descartar que ese tipo de olas no pueda volver en los próximos años. De ahí la relevancia de tomar en serio esta perspectiva, conscientes —como dijera Raymond Aron— de que el progreso trae consigo sus propias tensiones.

La paradoja, entonces, puede resumirse del modo siguiente: si de verdad nos importa la libertad económica, debemos mirar más allá de ella. Y si de veras apreciamos el tipo de orden que existe en Chile, debemos interrogar con toda la seriedad del caso nuestro proceso de modernización. Lo contrario puede ser muy reconfortante a corto plazo, pero demoledor atendiendo a los procesos de larga duración.

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