Valentina Verbal

Antiliberalismo

Valentina Verbal historiadora, investigadora asociada de Horizontal

Por: Valentina Verbal | Publicado: Jueves 11 de julio de 2019 a las 04:00 hrs.
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El liberalismo es, sin lugar a dudas, una de las tres principales doctrinas políticas del mundo moderno. Pero, en parte por situarse a medio camino entre sus “competidores” —conservadurismo y socialismo—, ha solido ser víctima de un constante asedio por ambos flancos. Y quizás porque este asedio sigue aún vivo en el siglo XXI, vale la pena repasar algunos de los mitos más frecuentes que, en su contra, se han difundido.

Para el examen de estos mitos una muy buena fuente puede ser el libro de Stephen Holmes, “Anatomía del antiliberalismo”, publicado originalmente en 1996. Veamos aquí, por motivos de espacio, sólo dos de ellos. El primero dice que el liberalismo tendería a la “atomización de la sociedad”, y que los liberales creerían que la sociedad es una simple “agregación” de individuos aislados, que no necesitarían relacionarse con los demás. Ya con este solo mito, dice Holmes, tanto fascistas como comunitaristas se han llegado a convencer de que el liberalismo es una doctrina falsa y de poca consistencia teórica.

Pero, la verdad, agrega, no existe ningún autor liberal que haya sostenido algo seme-jante. De hecho, la defensa de las libertades civiles que caracterizó al liberalismo clási-co, desde Locke en adelante, no representa sino la posibilidad de poder interactuar con otras personas. ¿De qué serviría la libertad de prensa si no es para, en asociación con otros, fundar un periódico o una radio? En este sentido, el liberalismo, desde sus mismos orígenes, ha sido una doctrina profundamente social, aunque no por ello (por cierto) colectivista.

Un segundo mito que, a primera vista parece más discutible, se refiere a la supuesta indiferencia del liberalismo frente a la idea de bien común. Se suele decir, recuerda Holmes, que los liberales no creerían en ninguna forma de “bienes compartidos”, sino sólo de bienes particulares, que apuntan a expandir la autonomía de los individuos, pero no la cooperación social. Este mito, aunque en distintos sentidos, ha sido difundi-do tanto por conservadores como por socialistas.

Sin embargo, lo que diferencia al liberalismo de, por ejemplo, el conservadurismo es que no cree que el Estado deba imponer una determinada concepción de la vida bue-na, sino que su rol apunta a garantizar la coexistencia pacífica de las diferentes visio-nes morales. Este es, pues, el “bien común” que promueve el liberalismo. Porque si esto no fuese así, no estaríamos realmente en presencia de un bien común, sino de la imposición de un grupo hegemónico, que ejerce el poder.

Después de tres siglos de historia, no deja de sorprender que el liberalismo siga estan-do bajo asedio, a veces de manera tan burda. Pero que esto merezca ser reconocido, lejos está de significar que, como cándidamente algunos creen, el liberalismo haya fracasado. Porque, para sostener algo semejante, habría que, al mismo tiempo, develar quién ha logrado, y con qué éxito, ocupar su lugar.

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