Valentina Verbal

¿El consumo nos consume?

Valentina Verbal investigadora asociada de Horizontal

Por: Valentina Verbal | Publicado: Jueves 9 de mayo de 2019 a las 04:00 hrs.
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Quienes critican el libre mercado desde un punto de vista moral tienden, no sólo a poner su mirada en los empresarios, que abusarían de los consumidores, sino también en estos últimos. Una obra que refleja esta visión es “El consumo me consume”, de Tomás Moulian, publicada en 1998. Dice Moulian que el consumo debe ser sometido a una crítica moral, porque tiende a agobiar, esclavizar y fragmentar. ¿Cuándo se produciría todo esto? Cuando el consumo no se justifica en una necesidad, sino que se disuelve en el mero placer.

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Por lo mismo, para Moulian, el consumo criticable —y que sería el más extendido bajo el modelo “neoliberal”— es el meramente hedonista, es decir, “aquel que sólo responde al llamado de los placeres”. Además, este consumo sería inmoral en otro sentido. Por el hecho de que las personas no consumen para satisfacer una necesidad real, lo que hacen es gastar su dinero “a costa del hambre de los demás”.

Por supuesto —y a esta crítica al consumo se han sumado también algunos intelectuales de derecha—, los dardos de Moulian se dirigen especialmente a la acción de consumir en los grandes centros comerciales o malls. Aquí, en las “catedrales del consumo”, las personas despilfarrarían su dinero a costa de los fines que la sociedad toda debería perseguir.

¿Es correcta esta visión? ¿Es verdad que los consumidores son personas alienadas, sumergidas en su propio egoísmo, y sin ninguna consideración por lo que sucede más allá de su propio metro cuadrado?

Depende. Puede que sí, ¿pero por qué las personas no tendrían derecho a perseguir sus propios fines, sin que éstos deban subordinarse a supuestos fines colectivos? ¿Por qué ellas no tendrían derecho al placer del consumo? ¿Estamos obligados a creernos la mitología marxista, que dice que el consumo que hacen unos es necesariamente a costa del hambre de otros?

Pero también puede que no. Puede que, más bien, las personas consuman junto a otros: que el consumo, el “vitrineo”, no sea sino el escenario que adorne los paseos familiares en invierno, en parte para protegerse de la lluvia y del frío. Puede también que consuman en grandes supermercados para ahorrar dinero, y destinar la diferencia a otros gastos, asociados al bienestar de sus hijos. Puede, además, que vayan a un mall a comprar un regalo para un ser querido. Puede, por último, que ellas consuman, porque el acto de consumir se da en espacios de sociabilidad, como los cafés o patios de comida, donde pueden reunirse y conversar con amigos.

Y lo cierto es que las personas suelen “arreglar” mucho más el mundo en torno al consumo (por ejemplo, en un bar), que en asambleas comunitarias o en reuniones de partidos políticos. Esta es una gran verdad sobre la que muchos todavía no se han enterado. Quizás, porque siguen considerando a las personas como menores de edad, y no como adultos capaces de vivir su vida como mejor les parezca, incluyendo el derecho a consumir lo que quieran y dónde quieran.

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