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Vicios, muerte e impuestos

Por: Ignacio Gepp, director de Tax Advisory de Puente Sur | Publicado: Jueves 2 de agosto de 2018 a las 04:00 hrs.
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Ignacio Gepp, director de Tax Advisory de Puente Sur

Si la personalidad de un país pudiera definirse por los impuestos especiales que paga su gente, los chilenos seríamos unos obesos, bebedores y fumadores que sólo una mala secuela de Pulp Fiction podría explicar.

Por lo mismo, el Estado en su rol de big brother nos intenta cuidar de tales vicios y alejarnos de la muerte mediante otra inevitable realidad: los impuestos.

Propongo entonces analizar esta fiesta a la cual la marihuana aún no es invitada, no obstante consumir Chile del orden de los 15.000 kilos al año de acuerdo a un antiguo informe de Senda, a un valor de entre $8.000 a $15.000 pesos por gramo.

¿Cuáles son los principales "enemigos" de estos "buenos" impuestos?

1. Los de siempre: tabaco, alcohol y combustible.

2. Los aparecidos: bebidas azucaradas y las emisiones contaminantes.

¿Son relevantes o sólo simbólicos?

Cuando al comprar una botella de pisco que vale $3.990 usted paga $1.339 de impuesto (entre el 19% de IVA y el 31,5% al pisco), podemos estar de acuerdo en que simbólicos no son.

¿Qué hay de bueno en ellos?

Los impuestos especiales tienen como común denominador que hacen más caros (y poco deseables) ciertos vicios dañinos o el uso de tecnologías contaminantes.

Por ejemplo, de acuerdo a un estudio de la Universidad de York la venta de bebidas azucaradas en Chile disminuyó 21,6% desde que se estableció un impuesto que las encareció.

En el tabaco, nuestra Dirección de Presupuestos (Dipres) nos dice que la recaudación por el impuesto que lo castiga disminuyó un 5,1% durante el año 2017, lo que atribuye a una menor cantidad de cigarrillos vendidos.

Tomando estos dos datos aislados podríamos decir con orgullo que estos impuestos funcionan: la gente fuma menos y toma menos bebidas azucaradas.

Si nos quedamos sólo con esto, Chile le ha ganado un round a la muerte.

¿Qué podría haber de malo en estos impuestos específicos entonces?

Como diría Robert Heinlein: no hay tal cosa como un almuerzo gratis. Estos impuestos no son la excepción.

Se ha dicho que la planta que Iansa cerrará en Linares paga US$ 1,3 millones de impuestos por sus emisiones. Lo anterior junto al menor consumo de azúcar producto de la política tributaria que intenta alejarnos del fanshop o la piscola habrían influido, entre otras cosas tanto o más relevantes, en hacerla inviable.

Iansa en Linares no era sólo la subsidiaria de la inglesa ED&F Man, sino la empleadora de más de 500 personas. Si consideramos el impacto indirecto, el costo lo sienten más de 4.000 personas.

¿Será sólo un caso aislado? Miremos al tabaco.

Un ejemplo no muy distante de la capital está en Casablanca con la planta que ahí mantiene British American Tobacco.

A raíz de la regulación que afecta el tabaco así como los impuestos que lo encarecen, los trabajadores de la zona han estimado que de cerrarse la operación se perderían 800 empleos.

Improbable, hasta que la tabacalera nos informa que el comercio ilícito de tabaco ha incrementado su participación en el mercado desde un 3% en 2012 al 22,3% en 2017, todo para evitar el pago de un precio artificial.

¿Son estos impuestos siquiera justos?

Si considera que quien decida consumir alcohol y poner su salud en riesgo debe contribuir con los costos que su enfermedad le ocasionará al sistema, son justos.

Pero si recordamos que estos impuestos, como el IVA, materialmente impactan a quien destina la mayor cantidad de su ingreso al consumo en lugar del ahorro, es difícil ver justicia en la creación forzosa de estos "productos de lujo".

Así, la historia nos enseña cómo la ley seca de los Estados Unidos a principios del siglo XX fomentó el mercado negro, el crimen organizado y la ingesta de alcoholes de baja calidad como los "ginebras de bañera" (no es posible destilar ginebra en una bañera, se los prometo), poniendo en evidencia que quienes tienen menos sufren un riesgo social y de salud no menor gracias a esta interpretación de "justicia".

¿Deberíamos dejar de aplicar estos impuestos?

Probablemente el Ministerio de Salud y los seguidores de la "destrucción creativa" de Schumpeter les dirán que no, que esto es parte del proceso y que el mercado deberá adaptarse y reinventarse.

Por mi parte, y ante el entusiasmo que genera la reforma tributaria para volver a modificarlos, sólo invitaría a prevenir que la muerte que intentamos alejar de nuestros consumidores informados no toque por ello las puertas de nuestras regiones productivas, forzadas a migrar hacia el centro, ni las de personas que sin opción de poder pagar los precios artificiosos que estos impuestos generan se vuelcan hacia alternativas que ni el mercado y ni el Estado pueden regular.

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