Editorial

Aula Segura: poco que celebrar

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Imagen foto_00000001l solo hecho de que se esté debatiendo en el Congreso un proyecto de ley como el de Aula Segura —ahora Aula Democrática— es una pésima noticia. La iniciativa es el inquietante reflejo de que los actos de violencia grave en muchos colegios se han vuelto tan recurrentes, que es preciso enfrentarlos con una normativa específica. Una convivencia escolar que requiere este tipo de remedios está en serios problemas.

Quizás si el principio de autoridad se hubiera ejercido a tiempo y en la forma correcta por todos los actores responsables, no habría que lamentar hechos tan alarmantes como los que han dado pie a este proyecto, y que justifican el alto respaldo que tiene en la opinión pública: estudiantes destrozando y quemando sus escuelas; estudiantes golpeando salvajemente a policías uniformados; estudiantes rociando con bencina a una profesora. Cuando cosas como ésas ocurren en los lugares donde estudian nuestros hijos —no una, sino muchas veces—, algo ha fallado en el mundo adulto en formas que un texto legal difícilmente puede reparar.

Que el proyecto haya sido objeto de un agrio y politizado debate en el Senado es otra mala señal. Aunque el texto original era ciertamente perfectible, el cerrado rechazo inicial de la oposición se debió más a razones de cálculo político que a críticas razonables a una iniciativa que distorsionó en su sentido y sus propósitos. Si bien finalmente depuso esa actitud –tal vez porque podía conducirla a una derrota en el Tribunal Constitucional—, la oposición mostró poca altura de miras, a pesar de la importancia de lo que estaba en juego. El gobierno consiguió pasar la vara del Senado y la tramitación continuará en la Cámara, donde el cuadro político plantea otros desafíos.

El resultado aún deja dudas en áreas como las facultades y deberes de los directores, los criterios para la suspensión y expulsión de quienes cometan actos de violencia, y el universo de aplicabilidad de la norma, entre otras. Queda esperar que resulte el disuasivo a la violencia que se propone, pero hasta aquí su debate deja un sabor amargo.

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