Editorial

Baja inflación: ¿dolor de cabeza?

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corde con los compromisos adoptados al incorporarse a la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) en 2010, Chile –a través del Instituto Nacional de Estadísticas (INE)- presentó el viernes la actualización de la canasta de productos del Índice de Precios al Consumidor (IPC), un conjunto de bienes y servicios representativos de los hábitos de consumo de los hogares en las ciudades capitales y principales zonas conurbadas del país.

De ahí que a partir de ahora, y sobre el año base 2018, la medición mensual de los precios considerará nuevas dimensiones del gasto de los chilenos, como el servicio de suscripción en línea de los chilenos –lo que hoy se asocia con Netflix, por ejemplo-, y dejará de registrar el valor de trajes o ambo de hombre, tierra y fertilizante, y servicios de asesoramiento jurídico.

Del todo bienvenido siempre la puesta al día de las estadísticas, el ajuste no dejó a nadie indiferente y, por el contrario, sumó ingredientes al debate sobre las veces en que el Banco Central debiera subir la tasa de interés de política monetaria en 2019 y 2020.

Si bien el proceso de normalización empezó en octubre con un alza de 25 puntos base a 2,75% -el primer incremento desde junio de 2017-, la autoridad definió un curso más claro al presentar el Informe de Política Monetaria (IPoM) en diciembre, aunque bajo un paraguas de gradualidad y cautela.

De hecho, reforzó estos conceptos el mes pasado cuando subió el tipo rector a 3% en enero pasado, advirtiendo de paso la moderación que podía sugerir a futuro el escenario externo.

Ahora, el reto para la política del banco es interno. El debut del IPC con un avance de 0,1% en enero, se tradujo en una variación anual de 1,8%. Una cifra no sólo distante del 2,6% con que cerró 2018 sino que menor al rango de tolerancia de inflación que establece el ente emisor -de 2% a 4%-, lo que casi borró de los cálculos del mercado cambio de tasas en estos meses.

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