Editorial

Chile 2020: estado de situación

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a preocupación por la “incertidumbre” que se repite en todos los análisis sobre la realidad económica y política de Chile —y de la cual se desprenden inquietantes proyecciones para el bienestar de los chilenos— encierra una suerte de paradoja. En efecto, en vista de lo sucedido con la crisis de los últimos meses y dado su relativo aplacamiento durante el verano, existe incertidumbre respecto de si marzo marcará, o no, un rebrote del estallido, y de ser así, si éste sería menor o mayor al de octubre y noviembre pasados. El retorno a clases, el inicio de la campaña por el plebiscito constitucional y el fin del receso parlamentario, entre otros, son factores que alimentan ese cuadro incierto. Pero es el temor a un posible reinicio de la violencia vandálica en marzo lo que verdaderamente explica el tensionado clima actual.

Por desgracia, sobre el mediano plazo —e incluso en un horizonte más prolongado— hay casi total certidumbre: este año y el próximo serán más duros en lo económico y, quizás, también en lo político y social. Esa certeza no nace de una mirada pesimista, sino de análisis objetivos como el expuesto por el vicepresidente del Banco Central en un seminario en España, que este diario sintetizó en su aseveración de que “la economía se desacelerará drásticamente en 2020”.

La autoridad sustentó su juicio en diversas proyecciones de crecimiento, inflación, inversión, consumo, confianza empresarial, empleo y otras variables que conforman un escenario económico sombrío, que solamente empeorará si el espectro de los desmanes y saqueos concreta su amenaza (la única incertidumbre).

Saber que el futuro cercano será más difícil que el pasado reciente es una experiencia dolorosa para cualquier país, sobre todo uno que hasta hace poco no veía muy lejano dar el salto al desarrollo. Con todo, reconocer con realismo este estado de situación es el primer paso hacia una eventual recuperación. De cierta manera eso es una ventaja, pero a la vez un enorme desafío.

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