Editorial

El Brexit y su circunstancia

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casi tres años del referendo en que Gran Bretaña optó por abandonar la Unión Europa, todo indica que esa fue una política a la que los británicos se lanzaron de forma algo irreflexiva, sin medir debidamente las consecuencias y, sobre todo, sin estar preparados para ellas.

Movidos por una combinación de motivos —entre los que predominaron la reticencia al sostenido aumento de la inmigración y el sentimiento de que la soberanía nacional estaba en muchas formas supeditada a los dictámenes de Bruselas—, los votantes apoyaron mayoritariamente el Brexit en la creencia de que éste permitiría una suerte de nuevo comienzo, gracias al cual su país sería más libre de tomar sus propias decisiones (especialmente en lo económico), defender sus intereses y desplegar su potencial.

En la práctica, sin embargo, ello desató una crisis política que dura hasta hoy, acompañada de un costo económico que, según un estudio del año pasado, ha significado una contracción de 2,5% del PIB. Lo primero se ha traducido en la deserción de parlamentarios tanto laboristas como conservadores, la renuncia de casi una docena de miembros del gabinete (ayer fue el turno del ministro de Agricultura), profundas divisiones internas en los dos principales partidos, fuertes tensiones con Escocia e Irlanda, y el constante asedio al liderazgo de la primera ministra Theresa May. Lo segundo se expresa más nítidamente en la salida del país de numerosas empresas nacionales y extranjeras, temerosas de los costos —reales o supuestos— que traerá el divorcio de Europa.

Previsiblemente, las relaciones entre Londres y el continente están resentidas, pero también lo están entre los propios británicos, que hoy se definen más como partidarios o detractores del Brexit, que como laboristas o conservadores. Al punto de que celebrar un segundo referendo parece cada vez más probable, pues, como dijo un prestigioso columnista del Financial Times, “es el derecho de un país a cambiar de opinión”.

Que el escenario inmediato sea sólo de incertidumbre, sin ninguna certeza, resume el dilema de Gran Bretaña.

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