El chavismo sin máscara

o sucedido en Venezuela el sábado terminó de arrasar con la escasa credibilidad que aún podía quedarle al chavismo bajo Nicolás Maduro ante los ojos del mundo. Bajo ningún concepto puede entenderse, mucho menos justificarse, que un gobierno use la fuerza —la militar y la de grupos armados irregulares— para impedir el ingreso de medicinas y alimentos que la población venezolana necesita urgentemente, en medio de la peor crisis humanitaria que se vive hoy en América Latina.

Los muertos, los heridos y los detenidos de la jornada —así como los camiones con ayuda humanitaria quemados antes de llegar a destino— dejaron sin máscara a una dictadura cuyo único proyecto, hoy por hoy, es mantenerse en el poder, en gran parte por miedo a enfrentar el castigo a sus delitos.

Que parte de la oposición chilena haya puesto el foco en el viaje a Cúcuta del Presidente Piñera, y no en el drama que viven los venezolanos, resulta inexplicable en un país en que éstos han pasado a ser la comunidad extranjera más numerosa. Calificar de “fracaso” el viaje presidencial porque la campaña humanitaria no cumplió su objetivo parece fuera de lugar.

Lo sucedido también muestra la inconsecuencia de quienes, aunque prestos a condenar dictaduras y violaciones a los derechos humanos, son reacios a ello cuando se trata de gobiernos que enarbolan banderas de izquierda, como pasa hoy en Venezuela. Es esto lo que impulsa las críticas de pasividad contra la Alta Comisionada de la ONU para los DDHH, quien no ha condenado los comprobados abusos del chavismo con la severidad que ameritan.

Como ayer ratificó el Grupo de Lima, reunido en Colombia, la presión diplomática y las sanciones económicas contra la cúpula chavista son las vías por las que, correctamente, ha optado la comunidad internacional para seguir apoyando un cambio de régimen pacífico, que restituya la legalidad al gobierno de Venezuela. Sólo la salida de Maduro puede abrir la puerta al restablecimiento de la democracia y de la racionalidad económica en ese país.