Editorial

El desafío después de la cuenta presidencial

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a segunda cuenta pública del Presidente Piñera en este mandato encontró a su gobierno, y al país, en un momento complejo tanto a nivel político como económico, con una agenda de importantes reformas estructurales que enfrenta diversas dificultades para seguir adelante, y una economía cuyas perspectivas de recobrar mayor dinamismo se reducen considerablemente en un escenario de guerra arancelaria entre las principales potencias del mundo.

Quizás esos pudieron haber sido dos ejes conductores del discurso, pero en lugar de ello el Presidente escogió abordar una larga lista de temas en una alocución de dos horas cuya sola extensión hizo difícil distinguir focos y prioridades. Ello, pese a que el mandatario mencionó dimensiones altamente sensibles para la opinión pública: seguridad ciudadana, pensiones, trabajo, salud, probidad, justicia, infraestructura, entre otras.

Así, aunque el gobierno hizo bien en sincerar expectativas de crecimiento relativamente más modestas para este año, faltó enfatizar con más fuerza las formas específicas en que lidiará con un entorno económico menos auspicioso. De igual manera, por ejemplo, aunque el Presidente recalcó la importante de la libre elección en materia de administración de las pensiones, evitó mencionar la alternativa de que las AFP también puedan entrar a gestionar la cotización adicional.

Con todo, si acaso el discurso tuvo un hilo conductor —más allá de la tradicional combinación de medidas en curso junto con nuevos anuncios— fue el llamado a la unidad que cruzó el mensaje presidencial, enfatizando la importancia del diálogo abierto y constructivo para alcanzar acuerdos en beneficio del país. El fondo y el tono de ese mensaje son en sí mismos valorables, pues constituyen una invitación —a opositores como a oficialistas— a resolver diferencias y negociar acuerdos con altura de miras.

No obstante, ello contiene a la vez un emplazamiento —sin estridencias, pero inequívoco— a la oposición en el Congreso. De ella depende, en medida crucial, que el llamado al diálogo y los consensos tenga algún sentido, o posibilidad de prosperar. En los primeros 15 meses del actual gobierno, sin embargo, ha habido más bien numerosos ejemplos de lo contrario.

Que eso cambie no sólo sería positivo para el gobierno —y para el país, que espera estas reformas con urgencia—, sino también para la propia oposición. Porque si bien es cierto que a esta administración se la evaluará principalmente por cómo avancen sus cinco reformas centrales, la coalición opositora también deberá rendir cuentas sobre cuán dispuesta estuvo a discutir con ánimo constructivo acerca de temas que son clave para el futuro de Chile, desde la revolución en el mundo del trabajo a la reforma del sistema de salud, del monto de las jubilaciones a la calidad de la educación, de la modernización del Estado a la probidad de las instituciones.

Ese emplazamiento velado a la oposición debió ir de la mano —y así debiera ser de aquí en adelante— con una propuesta más clara del llamado “relato”, esto es, de las ideas y valores que impulsó este gobierno en su programa y que le valieron el apoyo de una mayoría electoral que superó todas las expectativas. Allí reside un capital político que La Moneda puede legítimamente hacer valer con más fuerza, tanto en aras de su agenda de reformas, como de la proyección política de su sector a un segundo mandato consecutivo.

Esto último es, tal vez, su principal desafío político, pues precisamente de esa futura proyección depende en gran parte que su actual programa llegue a buen puerto.

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