Editorial

El poder que tenía la señora K

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a exPresidenta argentina Cristina Kirchner enfrenta un bullado proceso judicial por presunta corrupción durante su gobierno y el de su marido que, junto con explosivas noticias sobre allanamientos y cuadernos de coimas, expone en forma cruda los peligros de la concentración de poder. Porque ése fue un rasgo esencial de la Argentina K, la concentración de poder político —y por extensión, económico— en manos del Ejecutivo, en gran parte a través del férreo control y notoria expansión del Estado gracias al boom de los commodities en la primera década del siglo.

Las investigaciones periodísticas y judiciales dan insólitas pruebas de por qué la llamada “corrupción K” se ganó un nombre propio. Pero más allá de las responsabilidades éticas personales, ella sólo fue posible porque, en un proceso que duró años, el Ejecutivo fue minando de diversos modos la fuerza y los atributos de otras instituciones de la sociedad argentina —públicas y privadas—, para ponerlas al servicio de un proyecto político que se presentaba a sí mismo como única fuente legítima de autoridad y exclusivo garante del bien común. A la postre, el kirchnerismo se transformó en una corriente política autoritaria, que asemejaba disenso con deslealtad y diálogo con debilidad.

La lección consiste en entender que esa política en los hechos estuvo acompañada de una defensa en el discurso, un despliegue retórico según el cual los límites, filtros y contrapesos del sistema democrático son, de hecho, formas de negar la legítima voluntad popular expresada en las urnas. La separación de poderes, la fiscalización parlamentaria, la libertad de prensa y otras instituciones fueron señaladas como antagonistas del gobierno siempre que no compartieron sus lineamientos, lo que se tradujo en altísimos grados de crispación social y polarización política.

Fue bajo el amparo de esa lógica de gobierno autoritario, opacidad institucional y manipulación política que pudo medrar una corrupción como la que hoy está saliendo a la luz, a la vez consecuencia y causa de la erosión de la propia democracia.

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