Encuesta Casen y lo que cuestan los buses

ara un país que aspira a dar el salto al desarrollo en la actual generación, resulta un balde agua fría que el ministro de Desarrollo Social haya dicho que “en los dos últimos años, los sectores pobres se han hecho más pobres”.

Precisamente cuando hay luces de una recuperación económica de cierto vigor gracias a las cifras positivas de crecimiento e inversión, la encuesta Casen 2017 viene a recordar cuánto camino le falta a Chile por recorrer para convertirse efectivamente en una sociedad de clase media. Lo mismo hizo hace solamente un mes la Encuesta Suplementaria de Ingresos del INE, según la cual dos tercios de los trabajadores en Chile ganan, aproximadamente, dos sueldos mínimos o menos, una estadística que este diario calificó de “lapidaria”.

Es tristemente llamativa la forma en que la preocupación por la desigualdad ha desplazado al foco en la pobreza en el debate público de años recientes: cuando más de tres millones y medio de personas entran en la categoría de “pobreza multidimensional”, como reveló ayer la Casen, el sentido de las prioridades debería ser otro. Este error de enfoque no se manifiesta únicamente a nivel conceptual, sino que tiene expresiones muy concretas, por ejemplo, en políticas públicas que dilapidan recursos en proyectos mal concebidos; recursos que tendrían mejor destino si estuvieran focalizados en los grupos más vulnerables de nuestra sociedad.

Tal vez el mayor emblema de lo anterior sea el Transantiago, un sistema de transporte público que, incluso cuando exhibe mejoras en algunas de sus variables —como la menor evasión y mayores ingresos registrados recientemente—, impone al erario un déficit que no cesa de aumentar: más de 280 mil millones de pesos en el primer semestre de este año, 21% superior al del mismo período en 2017.

Dicho de otro modo, y haciéndolo extensivo a otras áreas del gasto público, lo que cuestan los buses no es consistente con lo que nos preocupan los pobres.