Editorial

Morales y la fragilidad del “modelo” boliviano

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Una nota DF del viernes pasado explicaba por qué, contrariamente a lo que sostuvo la ex candidata presidencial Beatriz Sánchez en un medio extranjero, el “modelo boliviano” de Evo Morales no es un ejemplo a imitar como estrategia económica de largo aliento.

Es cierto que el gobierno de Morales puede mostrar cifras positivas en materia de crecimiento del PIB, reducción de pobreza, control de la inflación y baja del desempleo —y que ello bien podría pavimentar su camino a un polémico cuarto mandato en la elección de octubre—; pero aun cuando esos no son en lo absoluto logros desdeñables, están construidos sobre un único pilar: las exportaciones estatales de hidrocarburos y su, hasta 2015, alto precio en los mercados internacionales.

Sin embargo, la baja de precio de los commodities —y también de las exportaciones totales de gas natural a Argentina y Brasil— ha dado pie a un escenario de mayores déficit fiscal, gasto público y endeudamiento (interno y externo) que pone crudamente de relieve que la economía de Bolivia depende en hasta un 90% de las ventas de hidrocarburos, según ciertos cálculos.

Esto tal vez puede ser sostenible para los reducidos tiempos de la lógica político-electoral, pero no como apuesta de desarrollo de largo plazo. No es allí, por ende, donde hay que buscar recetas para que Chile retome el dinamismo económico de décadas pasadas; tampoco en el eventual retorno del modelo kirchnerista a Argentina, elogiado por la ex abanderada del Frente Amplio por “fortalecer el rol del Estado”; mucho menos en la Venezuela bolivariana, que a pesar de su rotundo fracaso aún recibe apoyos políticos desde un sector de la izquierda regional.

Si alguna lección debe extraerse de esas experiencias, es que su expansión del tamaño y el poder del Estado —unida a la apuesta por los liderazgos personalistas—, termina socavando tanto el potencial de sus economías como el funcionamiento de las instituciones democráticas.

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