Productividad, una tarea aún pendiente

a expansión de la economía de las últimas décadas generó un incremento significativo en los ingresos y calidad de vida de la mayoría de los chilenos, lo que fue posible en gran medida por un sistemático aumento en la productividad. Cabe recordar que entre 1985 y 1997 el crecimiento promedio anual del PIB fue de 7,2% y de ese total 2,4 puntos porcentuales se explican por el efecto de aumento en la productividad.

Con posterioridad a esa fecha, tras los efectos de la crisis asiática, el impacto de las ganancias de productividad sobre el crecimiento se resintió notoriamente, al punto de vque entre 2000 y 2017 la situación hubo un virtual estancamiento en la materia. Estimaciones preliminares indican que el año pasado se habría producido un cambio en la dirección positiva (+1,3%), pero las proyecciones para 2019 no son auspiciosas, anticipándose una cifra negativa nuevamente.

No cabe duda de que las carencias en materia de productividad constituyen una esencial tarea pendiente para fortalecer el andamiaje de la economía chilena, con miras a volver a encauzar el crecimiento por la senda del desarrollo. Y detrás de la productividad no hay un asunto meramente contable, sino que una palanca real que está llamada a jugar un rol clave para mejorar la calidad de vida de los chilenos.

El legítimo deseo de la población por trabajar un menor número de horas y poder dedicar tiempo a otras necesidades tiene su piedra de tope, precisamente, en la productividad. La propuesta de reducir la jornada semanal a 40 horas, emulando lo que se observa en economías europeas, no toma en cuenta que si esos países han podido avanzar en esa dirección es porque han logrado niveles de productividad que son compatibles con ello. El voluntarismo en esta materia no es buen consejero. Lo que se requiere son políticas públicas bien diseñadas, con incentivos correctos para los distintos actores, y que conciten un apoyo político lo más amplio posible. Solo así podremos alcanzar mejoras que sean sostenibles.