Editorial

PSU: poco más que un respiro

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El violento boicot que sufrió al Prueba de Selección Universitaria (PSU) a principios de mes por llamado de la Asamblea Coordinadora de Estudiantes Secundarios (ACES), agravado por la filtración de datos de la prueba de Historia, fue uno de los hitos más preocupantes de estos últimos meses, tan llenos de hechos inquietantes para el país. Fue una señal de que la lógica destructiva que animaba los violentos desmanes del estallido social podía tener un correlato en otras dimensiones de nuestra vida nacional, y con jóvenes tomando y vandalizando salas, agrediendo y expulsando a sus compañeros y profesores, quemando facsímiles, enfrentando a Carabineros y otras lamentables escenas.

Los motivos para el temor eran claros. En lo inmediato, ¿cómo podríamos celebrar en paz un proceso tan complejo y políticamente tenso como el plebiscito constitucional de abril próximo, si ni siquiera una prueba académica anualizada y estandarizada podía desarrollarse con normalidad? Yendo más al fondo, ¿cómo podríamos superar la actual crisis de crispación social y desconfianza en las instituciones cuando ya los escolares, aparentemente, han percibido (en realidad, comprobado) que los métodos violentos consiguen resultados?

Que la PSU de esta semana haya podido desarrollarse con relativa seguridad es una buena noticia —aunque hasta el cierre de esta edición, más de 3 mil alumnos no habían podido rendirla—, pero por desgracia no basta para responder con optimismo a las dudas del párrafo anterior. Los jóvenes rindieron la prueba en medio de un deplorable clima de ansiedad y bajo estrecha vigilancia policial, y nadie puede contabilizar aquello como un éxito. El espectro de que en marzo comience un año académico conflictivo, incluso violento, sigue rondando tras la jornada de ayer.

Esa misma duda planea sobre el año político, no sólo por el plebiscito y la elección de gobernadores, sino porque el Congreso necesita el ánimo dialogante y constructivo que surgió en los peores días de la crisis, durante noviembre pasado. Para la clase gobernante, pero también para los ciudadanos, este verano puede servir para sacar lecciones, o para echarlas en saco roto.

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