Reportajes

Agustín Squella: “Nuestros grandes empresarios están siempre más atentos a los negocios que a las votaciones”

Cuando no soplan buenos tiempos para la democracia en el planeta, el Premio Nacional de Humanidades publica “Democracia, ¿crisis, decadencia o colapso?”, un ensayo sobre el valor de esta forma de gobierno. Habla sobre los responsables de su deterioro y caracteriza a los actuales dirigentes políticos: “Muchos se expresan a punta de cuñas, sin ideas, sin lenguaje”.

Por: Rocío Montes | Publicado: Viernes 24 de mayo de 2019 a las 04:00 hrs.
  • T+
  • T-

Compartir

El académico Agustín Squella –profesor de Filosofía del Derecho, columnista, fanático de Wanderers, que reside en Viña pero vive en Valparaíso, según siempre aclara– le ha seguido la pista a la significación y sentido de las palabras "Igualdad", "Libertad" y "Fraternidad", en sus tres apasionantes y didácticos ensayos publicados por Editorial Universidad de Valparaíso. En tiempos en que apenas 19 países del planeta tienen democracias en forma, según un ranking de The Economist, ahora el Premio Nacional de Humanidades y Ciencias Sociales se lanza sobre nuestra forma de gobierno en "Democracia, ¿crisis, decadencia o colapso?", recientemente publicado por la misma editorial. ¿Por qué escribir sobre este asunto al que todo el mundo parece hacerle el quite? "Porque se encuentra en problemas", reflexiona Squella, uno de los grandes intelectuales chilenos que –como pocos–, se caracteriza por combinar su conocimiento con el humor y la sencillez. "Está en problemas en Chile, en América Latina, en el planeta. No soplan buenos vientos para ella".

Imagen foto_00000002

-¿Y la democracia ­está en crisis, vive una decadencia o colapsó?

-No sabría decirlo, salvo una cosa: es más que crisis lo que ocurre hoy a la democracia. La palabra "crisis" se ha vuelto un tópico. La empleamos a cada instante y para todo, recordando que el ideograma japonés para esa palabra está compuesto de dos signos, uno que indica peligro y el otro, oportunidad. Entonces, cada vez que diagnosticamos una crisis, para animarnos, ponemos el acento en la oportunidad y no en el peligro, aunque en el caso de la democracia las señales de peligro parecen hoy mayores que las de oportunidad. ¿Está la democracia en urgencias, en sala común, en la unidad de cuidados intermedios, en la de cuidados intensivos, o va ya camino al pabellón de las autopsias, mientras los demócratas hemos partido a hacer los trámites funerarios?

-¿Por qué se llegó a este punto?

-Porque la democracia no ha cumplido algunas de sus promesas, porque de pronto ha hecho también promesas que no podía cumplir, y porque es ella la que muchas veces tiene que dar la cara por las fallas del sistema económico con el que está enlazada, que no es otro que el capitalismo, no más que reforzado este por una doctrina que es mucho más que económica: el neoliberalismo. Lo que tenemos hoy en la mayoría de los países es un capitalismo neoliberal hegemónico.

-¿De quién es la responsabilidad sobre el estado de la democracia?¿De los representantes o de los representados?

-De ambos. Los representantes, además de haberse muchos de ellos corrompido, no nos representan, y encarnan solo carreras políticas personales o, cuando más, intereses de los partidos y coaliciones que están detrás. Por su parte, los ciudadanos nos hemos transformado alegremente en consumidores, y de consumidores hemos pasado a la condición de deudores crónicos que trabajamos en exceso y no conseguimos dormir bien por la noche.

-¿Qué es primero: el huevo o la gallina? Porque la calidad de los dirigentes políticos ha disminuido, pero la gente no lo hace mejor: no participa.

-La adivinanza del huevo y la gallina es irresoluble, y en este caso también. Pero es evidente que buena parte de la pasividad electoral de las personas proviene del muy mal menú que le presentan los partidos y las coaliciones, y de ver casi a diario cómo se comportan y expresan muchos de nuestros dirigentes políticos, a punta de cuñas, sin ideas, sin lenguaje, optando siempre por el camino de la descalificación del adversario antes que por la autocrítica de sí mismos.

-Usted dice en el libro que las democracias modernas son representativas, participativas y deliberativas, tres características que están a la baja... ¿No es mejor olvidarse?

-A la baja, y si queremos salvar a la democracia, o mejorar la que tenemos, hay que apuntalar cada una de esas tres características y no pensar en prescindir de la democracia o de la política. Ya sabemos lo que pasa cuando la política democrática sale del escenario: entra un general vestido con uniforme regular o verde oliva –para el caso da lo mismo- que saca su pistola, la pone sobre la mesa y declara terminada la discusión con un sonoro "¡Aquí mando yo!". Algo que digo no para resignarnos a la mala calidad de la democracia que tenemos, sino para mejorarla.

-Usted plantea que no hay alternativa a la democracia...

-No la hay, al menos no en el horizonte que alcanzamos a ver por ahora, de manera que nuestra insatisfacción con ella tenemos que expresarla en acciones reales y persistentes para mejorarla y no ir por ahí diciendo que viviríamos mejor sin ella. Tal vez no sea ni crisis, ni decadencia, ni tampoco colapso, sino una transformación de la democracia moderna en algún otro tipo de ella, tal como la democracia moderna resultó similar, pero también distinta, de la democracia que practicaron los antiguos.

-¿Y es posible salvarla?

-Es importante y también posible, y todos tenemos responsabilidad en ello, aunque en mayor medida los actores políticos directos, o sea, quienes se dedican profesionalmente a la actividad política. Todos tenemos derecho a creer que las cosas irán mal o no todo lo bien que desearíamos (pesimismo de la razón), pero esa creencia puede y debe ser combinada con un optimismo de la voluntad y preguntarnos cada cual qué está en nuestras manos hacer para que las cosas vayan lo mejor posible.

-¿De verdad cree usted que la gente quiera rescatarla?

-Si la apuran, sí. Por pura bravuconada o falta de reflexión muchos dicen que la democracia no les importa, pero bastaría que la perdieran durante 24 horas para que tuvieran que tragarse sus palabras y salir a la calle para pedirla de vuelta.

-¿Y cómo un ciudadano de a pie puede cuidar la democracia?

-Siendo un buen ciudadano y desarrollando conciencia de qué significa serlo. A todos nos gusta el consumo, cómo no, pero otra cosa es creer que la ventura e identidad personal dependen de la bulimia del hiperconsumo.

-¿Cómo es eso de que los chilenos dejamos de ser ciudadanos para transformarnos en deudores?

-Se trata de un hecho bastante evidente. El consumo está bien, pero no cuando parte importante de él se hace con endeudamientos que nos sobrepasan y nos sumen en una constante neurosis. Hay una trampa en el modelo económico actual: los bajos sueldos se compensan con un acceso casi ilimitado al crédito. "¿Qué te importa ganar el mínimo? ¿Qué te importa estar en ese 50% o más de los chilenos que gana menos de $500.000 mensuales? ¡Endéudate! ¡Contrata crédito! ¡Y si no puedes pagar uno de los créditos, toma otro! ¡Aprende a andar en bicicleta!". Ese es hoy el mensaje, acompañado de una publicidad abrumadora que a cada instante sale a nuestro encuentro.

-¿Qué responsabilidad le cabe en el estado de la democracia a otros grupos, como a los empresarios?

-Mucha les cabe, pero raramente la asumen. Nuestros grandes empresarios, que trabajan como es natural en beneficio propio, están siempre más atentos a la economía que a la política, a los negocios que a las votaciones. No tengo reparo a que se invierta y emprenda en beneficio propio, pero irrita ver a quienes hacen eso como si estuvieran hablando envueltos en la bandera nacional.

-Si se mantiene el statu quo, ¿dónde va a parar todo esto?

-Nunca se sabe dónde pueden ir a parar las cosas, pero es inquietante que los electores empiecen a preferir gobernantes autoritarios y visiblemente mediocres antes que demócratas con atributos personales suficientes.

-¿A quién se refiere?

-A matones como Trump y Putin, o personajes de vodevil como Maduro y Bolsonaro. La democracia no es meritocrática, no asegura que saldrán elegidos los mejores, ¿pero por qué los peores?

-¿Quién gana cuando pierde la democracia?

-Ganan los demagogos, los autoritarios, los iluminados, los populistas, aquellos enemigos de la democracia que permanecen callados cuando a esa forma de gobierno le va bien y que, agazapados, esperan su próxima oportunidad.

-Según el ranking de The Economist, Chile es una democracia defectuosa... ¿Qué le faltaría para acercarse a una democracia plena?

-Acabar con instituciones poco democráticas que subsisten, como quórums supramayoritarios absurdos para aprobar cierto tipo de leyes y morigerar ese presidencialismo extremo que desciende desde el presidente a los pequeños monarcas subalternos que son los ministros, y de estos a su vez a los jefes de servicio, y que ha contaminado también a los gobiernos municipales con alcaldes que no son líderes, sino caudillos. Yo vivo en una ciudad cuya máxima autoridad ha proclamado a los cuatro vientos que será alcaldesa hasta morir.

-¿Una nueva Constitución?

-Mejor aún sería decidirnos a tener por primera vez en nuestra historia una Constitución que fuera democrática tanto en su origen como en sus contenidos, pero no me hago ilusiones.

Somos demasiado temerosos. Tememos a los desacuerdos, al cambio e incluso a las simples discusiones. ¡Pero si hay gente que se escandaliza porque algunos diputados asisten a las sesiones sin corbata! Somos bravos solo cuando se trata de fútbol, y eso al hablar de ese deporte, porque, y otra vez por miedo, tampoco vamos a los estadios.

Lo más leído