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Emprendedores con nuevo acento

Este año, migrantes han creado más del 10% de las empresas registradas. Peluquerías y restaurantes son ejemplos de negocios asociados a los extranjeros que se han instalado en Chile en los últimos años. Cyntia Córdova -colombiana- y Moisés García -venezolano- llegaron por distintos motivos, pero dieron un giro profesional y decidieron emprender.

Por: Montserrat Toledo | Publicado: Lunes 25 de noviembre de 2019 a las 04:00 hrs.
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La tarde del 18 de octubre las calles del centro de Santiago y Providencia estaban atiborradas de gente. Suspendido el servicio de Metro -el primer signo de lo que sería el estallido social en el país-, el objetivo de todos era el mismo: encontrar la forma de volver a casa. En medio del ajetreo, los rostros de angustia y ojos extraviados de migrantes confirmaban la postal más multicultural que es actualmente Chile.

Si en 2002 el Censo registraba 187 mil extranjeros –apenas 1,27% del total de la población-, la misma medición en 2017 arrojaba más de 746 mil o 4,35% de los habitantes del país y hacia fines de 2018 la estimación ya era de un millón doscientas mil personas, 6,67% del total nacional. Y en aumento.

Los venezolanos emergieron como la comunidad extranjera más grande en el territorio nacional con 288 mil habitantes, según el Departamento de Extranjería y Migración (DEM) y el Instituto Nacional de Estadísticas (INE), dejando en segundo lugar a los 223 mil ciudadanos peruanos. Haitianos y colombianos sumaban 179 mil y 146 mil, respectivamente.

De esas cifras, un alto porcentaje hoy está con trabajo e, incluso, algunos se han animado a emprender. Datos del Ministerio de Economía revelan que los extranjeros llegan con ideas de negocios y las concretan. Hasta septiembre se crearon más de 120 mil empresas, y de esas, el 10,4% corresponde a otras nacionalidades o tiene al menos un socio foráneo. En 2018 era el 8,9%.

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Moisés García, Venezolano, dueño del restaurante De Maracaibo.

El "salto" de las extensiones

Cyntia Córdova es una de ellas. Hace una década conoció al chileno Rodrigo Monsalve, en un matrimonio en Colombia. "Hicimos click", recuerda. Dos semanas después viajó desde su natal Medellín a Chile, donde se instalaría definitivamente en septiembre de 2010.

Con 26 años y una hija, se estableció en Santiago junto a su actual marido. Al principio buscó trabajo como psicóloga -carrera que había estudiado y ejercido en Colombia-, pero no resultó. "Me di cuenta de que el mercado laboral para el psicólogo, y más para el extranjero, era difícil", afirma.

Frustrada por el proceso y la brecha salarial frente a lo que ganaba en Medellín, exploró opciones. Curiosamente, fueron sus propios gustos por arreglarse el cabello y las uñas frecuentemente -tal como lo estilan las mujeres colombianas- los que la llevaron a pensar en vender extensiones. ¿Qué mujer no querría lucir o experimentar con nuevos largos de pelo?.

Se lo comentó a su marido, a quien no le convenció del todo la idea. Córdova perseveró y decidió establecer una importadora de cabello.

Con la ayuda de Monsalve -abogado-, comenzó por constituir la empresa, pues para ella era fundamental que el negocio cumpliera con todas las normas. Finalizado ese largo proceso, investigó y realizó su primer encargo a India.

Llegó su pedido y llena de energía, inició el recorrido por las peluquerías del sector oriente de la capital. Primero Vitacura, luego Las Condes y, posteriormente, Providencia. En todos los lugares la respuesta fue la misma: "un portazo en la cara". No se rindió.

Convencida de la calidad y potencial de su idea, sus visitas llegaron al centro de la ciudad, donde conoció a quienes serían sus primeras clientas. Colombianas, venezolanas, ecuatorianas y dominicanas inmediatamente apreciaron los productos. "El mercado chileno no estaba preparado o muy acostumbrado a que la mujer tuviera un cambio significativo en su cabello", sostiene la emprendedora.

Sus primeras ventas fueron a peluqueras extranjeras, cuyo público también era migrante y sí acostumbraba a usar extensiones. A medida que esos tratos se hicieron habituales y sus ingresos se regularon, decidió montar su propia tienda.

Después de años de buscar el local ideal y de trabajar sin parar, en 2015 Studio Extensiones vio la luz en el Apumanque. Debutó sólo con ventas, pero a medida que aumentó el número de clientas, recibió peticiones para poner las extensiones.

Al ser un nicho poco explotado en Chile, la emprendedora cuenta que lo más difícil fue encontrar personas capacitadas para esa tarea. "Yo quería trabajar con chilenas, porque entre ellas mismas conocen los gustos. Pero desafortunadamente no pude y me llegaron dos chicas maravillosas, una venezolana y una colombiana".

A los seis meses, la tienda empezó a generar ganancias. Cuando cumplió un año, Córdova decidió crecer y se arriesgó a abrir un segundo local.

Quiso volver al centro. Instaló una tienda en Plaza de Armas, pero no fue fácil. "Fueron días y noches de angustia, de no saber si funcionaba, si era viable", recuerda la emprendedora, que recién a los dos años empezó a ver números azules.

La segunda tienda

Con la segunda tienda confirmó que las mismas clientas le daban pistas sobre lo que querían. Eran distintas a quienes compraban en Apumanque, por lo que sus servicios también tenían que serlo. Partió con extensiones y pelucas, y ahora realiza tratamientos capilares, alisados y servicios de uñas, entre otros. Incluso, hay días en que en el centro le va mejor que a la primera tienda.

Los buenos resultados le dieron el impulso para cruzar fronteras y con ayuda de su mamá -que había viajado a Chile a ayudarla con el segundo negocio-, llevó sus productos hasta Medellín. A los ocho meses del debut, su tercera tienda ya generaba ganancias.

A ocho años de haber empezado la travesía de emprender, Studio Extensiones ya no es el único negocio y su emprendimiento tampoco es el mismo que cuando partió. "Todos fueron distintos y todos me enseñaron muchas cosas, sobre todo a tener paciencia", reflexiona la empresaria.

Y hubo descubrimientos. Con el tiempo, resalta, "nos dimos cuenta que somos mujeres que le aportamos a otras a tener la capacidad de irradiar seguridad y belleza con el producto que vendemos".

Al igual que para muchas Pequeñas y Medianas Empresas (PYME) del país, el conflicto social que atraviesa Chile ha tenido consecuencias para Córdova.

Si bien cuenta que se siente "como una chilena más, con una mezcla de muchos sentimientos que muchas veces llegan a ser contradictorios entre sí", su negocio ha sufrido pérdidas.

Ha tenido que funcionar a media jornada y el alza del precio del dólar ha impactado en sus importaciones. Pero sobre todo está constantemente preocupada por la seguridad de sus trabajadores, ya que "muchos de ellos son extranjeros y sus expectativas al venir a Chile eran muy distintas a lo que están enfrentando hoy en día", sostiene.

Pese al contexto, la empresaria pretende seguir expandiéndose y fortalecer los negocios que ya tiene. "Chile está abierto a todo, a cualquier emprendimiento, solo tienes que enfocarte y hacer las cosas bien", afirma.

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           Cyntia Córdova, Colombiana, tiene dos tiendas de productos capilares en Santiago

De Maracaibo Son

El venezolano Moisés García es otro emprendedor decidido a seguir adelante. Su negocio ha resentido la conmoción en Santiago. "El flujo de clientes ya no es como antes. Vienen, se van rápido. La cosa está bajando un poco, pero creo que puede repuntar otra vez", sostiene.

"Así comenzó Venezuela", comenta, pero prefiere creer que Chile no llegará al punto de su país.

Precisamente, el 16 de junio de 2016 la vida del joven en ese entonces de 24 años cambió para siempre. La situación económica y política de la nación caribeña lo hacían sentir muy inseguro, por lo que decidió venir a Chile. Tomó un avión desde Caracas y al llegar se instaló en la casa de su hermano, que había llegado un mes antes.

García recuerda que fue un proceso duro: dejar a su familia, amigos, trabajo, su vida. Pero convencido de que los venezolanos tienen "sangre de guerrero", confiaba en salir adelante.

Arribó a la capital con US$ 150 para vivir, por lo que trabajó en lo primero que encontró. Aunque había estudiado administración de empresas y en Venezuela era supervisor en una tienda de electrodomésticos, en Santiago primero le tocó vender zapatos y luego ser garzón en un restaurante en Bellavista. Si bien era consciente de que necesitaba el sueldo, no estaba cómodo.

"El sueldo que Chile le brinda a todos los chilenos y a los extranjeros no nos alcanza", afirma.

Cada tarde, salía de su casa y en la esquina de Vicuña Mackenna y Ñuble veía a un joven vendiendo tequeños, comida típica de su país. Un día se le acercó y le preguntó cómo le iba con su negocio. Su compatriota le respondió: "Esto no es fácil, hay que trabajar, hay que hacer clientes, pero te puede ir bien". Para García, esa conversación fue clave.

Un carro de "tequeños"

"Si a él le va bien, a mí también", pensó, y decidió invertir en un carro para vender tequeños. Como no podía dejar de trabajar, tuvo que combinar sus jornadas en Bellavista y su emprendimiento.

García nunca había cocinado el tradicional plato, y menos de forma masiva. Vio videos en YouTube y fabricó los aperitivos en su casa, en la madrugada, para instalarse en la calle, cerca de la esquina de Vicuña Mackenna y Ñuble.

"El primer día no me fue tan bien, obviamente", rememora.

Su stock era de 50 tequeños, pero vendió sólo $ 5.000 entre las cuatro de la tarde y las once de la noche. Diez tequeños. Pero no perdió la esperanza y al día siguiente volvió con su carro.

Observando la competencia y las dinámicas de los chilenos, se le ocurrió hacer una promoción: tres porciones al precio de dos. Sus ventas mejoraron. Llegaron los encargos para fiestas, reuniones e, incluso, empezó a abastecer negocios del barrio, y al año y medio de intentar compatibilizar ambas actividades, decidió renunciar a su trabajo en el restaurante y dedicarse de lleno a su emprendimiento.

"Sentí que Chile me estaba dando una oportunidad y no quería desaprovecharla", comenta.

García juntó dinero y le pagó un pasaje a su hermana para que se instalara en Chile, quien ahora lo ayuda con su emprendimiento. Ya ampliaron la oferta de productos, sumando a los tequeños, empanadas y sopaipillas rellenas.

Poco a poco, los clientes exigieron más y el emprendedor decidió que era momento de crecer. Constituyó una empresa a través del portal Tu Empresa en un Día del Ministerio de Economía y buscó un local para instalar su restaurante.

Cuando encontró el sitio ideal, le pedían el doble del dinero que tenía ahorrado para poder montar el restaurante. "Fuimos a negociar con el propietario y él amablemente nos dio la oportunidad", cuenta García, y explica que les dio la opción de pagar en cuotas el monto restante.

Sobre el proceso en general, explica que "no fue fácil pero tampoco difícil, creo que fue correcto".

Hace menos de un año, en la misma calle donde antes montaba el carro, se instaló De Maracaibo Son, local de comida venezolana al paso. Pero a las pocas semanas de la apertura, el emprendedor se vio forzado a cerrar temporalmente, ya que el lugar no tenía los permisos adecuados para los productos que vendían y existían algunos problemas de infraestructura. "Estábamos endeudados y nos tocó cerrar dos semanas, imagínate", lamenta.

Resuelto los pendientes, volvió a abrir y, desde entonces, todo ha ido en ascenso. De Maracaibo Son vendía $ 600.000 diarios al principio, pero con el tiempo ese monto superó el millón de pesos.

Un escenario que cambió con la revuelta social. Y aunque respalda las demandas, está preocupado por la violencia y, de hecho, le ha tocado defender negocios aledaños de saqueos y destrucciones.

Así y todo, García prefiere ser optimista sobre el futuro, tanto el de su negocio como el de Chile. Y si bien decidió posponer sus planes de expansión por la contingencia, en su mente sigue vigente el plan de abrir una nueva sucursal de De Maracaibo Son el próximo año. "Estoy 100% convencido de que este país va a salir de la traba que tenemos ahorita y va a ser un bien para todos, sigo apostando 100% por Chile", dice confiado.

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