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Almorzando con FT: ¿Por qué John McEnroe dice que quisiera haber sido más como Federer?

Qué hacer cuando ya estamos demasiado viejos para seguir haciendo aquello en lo que somos mejores. El astro del tenis aborda sus esfuerzos por reinventarse en sus nuevas memorias.

Por: Gary Silverman, Financial Times | Publicado: Viernes 23 de junio de 2017 a las 12:33 hrs.
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Mientras observo a John McEnroe comer en el restaurant Rosa Mexicano, comienzo a entender lo que debe haber sentido Bjorn Borg. Hice todo lo posible para hacerlo sentir cómodo. Llegué con anticipación. Guardé un puesto. Y lo alabé cuando lo vi entrar. Pero ahí estaba McEnroe, devorando su entrada incluso antes de que yo tuviera tiempo de pedir mi plato. Fui derrotado en un juego en el que pensaba que era bueno, los almuerzos de entrevista.

Fue un poco de todo. Una especie de comedia que perfectamente podría haber sido un capítulo de Seinfeld. McEnroe estaba tan enfocado en expresar sus deseos culinarios, y la mesera y yo estábamos tan distraídos con su presencia, que nadie notó que yo no había pedido hasta que el ex número uno era el único en nuestra mesa con algo servido para comer.

Este era el mismo McEnroe que yo conocía de sus días de dominio tenístico, cuando humilló a Borg en Wimbledon en 1981 camino a su séptimo título de grand slam en seis años. Nunca fue el jugador más grande o más fuerte, pero era incansable y lleno de recursos. Su talento era conceptual. Podía ver todos los ángulos de la cancha y saber el momento exacto para entrar a rematar, atacando la red con una volea ganadora de su incomparable izquierda. Hubo siempre algo misterioso sobre cómo llegaba a donde iba y ahora estaba pasándome por encima.

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"No soy del tipo que entra a alguna parte y la gente dice, Dios mío este hombre está lleno de músculos", comenta McEnroe, todavía en buena forma a los 58 años, pero con una mata de cabello blanca como la nieve. "Yo miraba la cancha de tenis casi como si fuera una ecuación de geometría que tenía que resolver".

Hablando en serio

McEnroe quiere discutir sus esfuerzos por resolver un problema más abstracto: qué hacer cuando ya se es demasiado viejo como para seguir haciendo aquello en lo uno es mejor. A diferencia de la mayoría de nosotros, su crisis de los 40 le llegó temprano. Desde que ganó su último "major" en 1984, ha estado luchando por reinventarse. Aunque es más conocido como comentarista de tenis en la televisión de EEUU y el Reino Unido, también ha trabajado como trader de obras de arte, guitarrista en una banda de rock, y anfitrión en programas de juegos y conversación. Cuatro décadas después de su primer Wimbledon, todavía juega en el tour masculino senior, aunque le cuesta explicar por qué.

Sus reflexiones van a aparecer pronto en unas memorias tituladas "Pero en Serio", la secuela de las que publicó en 2002 bajo el nombre de "No Puedes Estar Hablando en Serio", un aclamado recuento de su carrera tenística y sus altibajos personales. En el camino salpica una serie de nombres de estrellas de rock, desde Mick Jagger y Keith Richards, de los Rolling Stones, hasta Robert Plant, de Led Zeppelin, y Tony lommi, de Black Sabbath. Mi momento favorito es cuando revela que juega al golf con Roger Waters, ex miembro de Pink Floyd.

Sabiendo que McEnroe acababa de regresar de cubrir la victoria de Rafael Nadal en el Abierto de Francia, tenía muchas expectativas. En mi mente, imaginaba que me sugería una botella de un fragrante bordeaux que acababa de probar la noche anterior en París.

En vez de eso, nos juntamos a mediodía en Rosa Mexicano frente al Lincoln Center en el lado oeste de Manhattan. Es una cadena que se abrió en 1984 en el lado este y que sirve el tipo de comida mexicana que era considerada emocionante en Nueva York antes de que verdaderos mexicanos comenzaran a trasladarse a nuestra ciudad en masa, con el guacamole preparado en la mesa, etc, etc. Su amplio interior de dos pisos con diseño estilo David Rockwell produce la impresión de estar comiendo en un elegante distrito de compras de moda en las regiones soleadas de EEUU, como Scottsdale, Arizona.

En su último libro, McEnroe dice que no le gusta llegar temprano a ninguna parte, ni siquiera a las transmisiones de televisión, así que no me sorprendió que llegara unos minutos tarde. Su actitud era más amistosa que la del infame McEnroe de la cancha central, que insultaba al árbitro y molestaba tanto al público que lo abucheó cuando entró a jugar contra Borg en la final de 1980. Pero tampoco estaba muy interesado en la charla casual, y yo podía imaginar por qué.

McEnroe y yo crecimos en la Nueva York del vaso medio vacío de los años '70. Él, hijo de un abogado corporativo, y yo, de un periodista policial, y mi actitud es igual de mala que la suya. Cuando le pregunto por qué habría de importarle a alguien lo que ha pasado con su vida en los últimos años, reconoce que él se hizo la misma pregunta. Parece incómodo jugando al juego literario. Nadie, después de todo, va a confundir su último trabajo con una obra de arte.

Iba vestido de manera casual con un par de blue jeans, una camiseta azul con cuello en V y una chaqueta negra de denim, todo completado con una gorra del equipo de los Mets de Nueva York. Hablamos sobre el juego de la noche anterior y me contó que había ido con su hijo. Había sido un fiasco. Matt Harvey, alguna vez el mejor pitcher de los Mets, abandonó el juego quejándose de un problema en su brazo. El temor para cualquier fan de los Mets es que, con 28 años, los mejores días de Harvey ya hayan quedado en el pasado. Almorzando con un atleta que alcanzó su máximo potencial a los 25, me pareció mejor guardarme mis comentarios.

Quiero camarones, no margaritas

Era el momento de ordenar. McEnroe, que vive a unas pocas cuadras de distancia, es un cliente habitual; su esposa, la cantante Patty Smyth, celebró una vez su cumpleaños en un local de Rosa Mexicano del lado este. Incluso antes de que la mesera nos ofreciera guacamole, él ya había alabado su calidad. Pero cuando ella nos sugirió ordenarlo, McEnroe la desconcertó preguntando por el plato de camarones. Confundida, ella le preguntó si se refería al ceviche de camarones. "No, el plato principal", respondió, corrigiéndola como si se tratara de un árbitro de silla miope, "con pimentones y arroz y frijoles. Eso es lo que yo quiero".

Yo tenía la esperanza de pedir un margarita, y le sugerí que ambos ordenáramos uno. "Normalmente lo haría, pero es muy temprano", se negó. Más tarde visitaría su academia de tenis en la Isla Randall para que un equipo de televisión pudiera filmarlo jugando y quería estar en sus mejores condiciones. "Quiero un té helado".

Yo también pedí lo mismo y así quedó sellada mi suerte. Me había dejado distraer con la orden de bebidas y toda oportunidad para pedir algo de comer había pasado, pero solo noté mi error cuando unos pocos minutos después regresó la mesera con un único pedido de "Alambre de Camarones". Un plato típico de Veracruz, según el menú, incluía camarones a la parrilla marinados en vinagreta de ajo con tomates, cebollas y chiles, servido sobre arroz achiote, con salsa verde picante al lado.

McEnroe se ofreció a compartir, pero pasé para no cortar su flujo de ideas. Le pedí a la mesera que me trajera lo mismo. Mientras hablaba, noté que se sienta ante la mesa de la misma manera en que sacaba en el tenis, con su cuerpo en un ángulo agudo.

La vida de McEnroe, en sus propias palabras, fue un caso clásico de tener demasiado y demasiado pronto. Lamenta haberse perdido su ceremonia de graduación para jugar su primera semifinal de Wimbledon en 1977. Sus épicas batallas con Borg ocurrieron entre los 19 y 22 años. Conoció a su primera esposa, la actriz Tatum O'Neal, cuando él tenía 25 y ella 20. Cuando le presentaron a la princesa Diana se sorprendió de saber que ella sentía lástima por él, por la forma en que lo trataba la prensa. "Ella me dijo que lamentaba todo lo que yo tenía que soportar. Me sentí realmente muy triste cuando murió en ese accidente y de la manera en que ocurrió".

Trump es ridículo, pero incansable

Afirma que le gustaría haber tomado su temprano éxito como lo hizo Roger Federer, que ha logrado sostenerse en un gran nivel bien entrado los 30 y parece estar disfrutando del paseo. "Lo que no me gustaba era tener que estar siempre mirando detrás de mi hombro. Nunca podía descuidarme. Siempre estaba pensando en el siguiente rival".

Esta misma impaciencia ha caracterizado mucho de los emprendimientos de McEnroe más allá del tenis. Aunque no teme intentar cosas nuevas, sus decepciones abundan en su libro como un leitmotif. Cuando era anfitrión de un programa de juegos en televisión llamado La Silla, se convenció de que el mundo de la producción era falso. Aunque no ha estado completamente al margen, piensa que la mayoría de los comerciales "apestan completamente". Al explorar el mundo del arte, al comienzo consideraba que el trabajo de Andy Warhol era "totalmente desabrido". Y sus propios blues de guitarra, reconoce, la parecen "algo desabridos".

Durante el almuerzo, comienza a hacerse claro que algo que consistentemente impresiona a McEnroe es la determinación. Jimmy Connors es "uno de los tipos más fríos", pero McEnroe lo reconoce como un "increíble campeón. Su fuerza de voluntad era increíble". Borg "era incansable". Donald Trump es ridículo —McEnroe llama al presidente de EEUU "el Trumpster"— pero es persistente. "Al mirarlo uno no pensaría que es la imagen misma de la salud", dice McEnroe. "Pero el tipo tiene más energía de lo que nunca he visto en mi vida. ¡Tiene 71 años!".

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McEnroe está tratando ahora de buscarle un sentido al otoño de su vida. Su padre, John Sr —el alguna vez "indestructible" y divertido "Keith Richards de los abogados" a ojos de su hijo— murió en febrero a los 81 años. La pérdida lo afectó. "Cuando ocurre algo así, aunque es triste, es bueno porque uno reflexiona un poco más y piensa dónde quiero estar", dice McEnroe. "No quiero quedarme colgado, jugando a los 65 años".

McEnroe puede no amar verdaderamente el tenis, pero sí es algo por lo que se preocupa mucho, lo que explica por qué personas a los que no les agradaba como jugador disfrutan escuchándolo en la televisión, incluso en el Reino Unido, su antiguo campo de batalla. "Toco madera, me tratan excelente", comenta sobre su recepción en el país recientemente. Su próximo gran trabajo en la televisión será en Wimbledon y eso nos lleva a la pregunta obligada del tenis inglés sobre si Andy Murray volverá a ganar. En ese punto, sin embargo, McEnroe es evasivo. El tres veces campeón de Wimbledon reconoce que al menos seis jugadores tienen una oportunidad de llevarse el título este año, pero no agrega mucho más. Escoger al ganador en el tenis es más complicado que ordenar el almuerzo.

Mi propio plato acaba de llegar, pero descubro que no tengo apetito. Aunque los camarones estaban buenos, apenas probé el resto. Cuando retiran nuestros platos McEnroe rechaza a nombre de los dos la oferta de la mesera de un café, diciendo que ya tomó suficiente cafeína con su té helado. Un último intento de este periodista por proponer un tequila argumentando que ya no es tan temprano, queda totalmente ignorado.

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