Editorial

Infraestructura y tiempos políticos

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Una intensa polémica se ha desplegado en los últimos días respecto del eventual uso político-electoral de realizaciones en el ámbito de la infraestructura. El caso paradigmático en este plano ha sido, evidentemente, el de la inauguración de la Línea 6 del Ferrocarril Metropolitano, servicio que comenzó a operar ayer (a poco más de dos semanas de las elecciones del domingo 19 de noviembre) y que ha alimentado tiras y afloja respecto de quién es el real gestor de dicho avance en el sistema de transporte del Gran Santiago.

Más allá de la previsible confrontación que suele agitar a los contendores políticos en vísperas de una elección, en este caso el debate de los últimos días merece una segunda mirada. Y la merece porque hay cuestiones en el devenir de los países que exigen deslindar lo que son las cuestiones de Estado de aquellas propias del juego político.

A riesgo de pecar de cierta ingenuidad, es necesario subrayar que no deja de ser delicado que la mezquindad y el cortoplacismo electoral se adueñen de espacios que debieran mantenerse al margen de la pugna y el conflicto, tanto porque crispan innecesariamente la dinámica política del país como porque lejos de reparar la confianza de la ciudadanía en los políticos, lo único que hacen es hundir aún más en el desprestigio a quienes ejercen esta noble actividad.

Es de esperar que quienes han atizado esta polémica inconducente sobre la paternidad de las obras públicas reparen en su error y se esfuercen en hacer una real contribución a un mejor clima político en el país, sobre todo porque a estas alturas es meridianamente claro que la cuestionada estrategia no reditúa ningún voto.

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