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Estado, mercado, sociedad: la fórmula OIT

Curioso lo que ocurre en la OIT: allí no están solamente los gobiernos, como sucede en los demás organismos de Naciones Unidas...

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Curioso lo que ocurre en la OIT: allí no están solamente los gobiernos, como sucede en los demás organismos de Naciones Unidas, también se sientan en la sala con igual calidad de delegados los representantes de trabajadores y empleadores. Y si llegan Vladimir Putin, Angela Merkel y los líderes de países como Indonesia, Tanzania, Finlandia o Suiza, más los ministros de trabajo de casi todo el mundo, también lo hacen los dirigentes sindicales de Egipto, Argentina, Grecia o Japón, junto a delegados empresariales de Australia, Brasil, Francia, Chile o Sudáfrica. En cierta forma, una vieja fórmula -la OIT se creó en 1919 tras la Primera Guerra Mundial- que ahora toma mucha importancia si nos ponemos a buscar salidas realistas, consensuadas y justas para la crisis actual.

El desafío es evidente, especialmente cuando se mira el panorama en Europa: llegar a combinar con sabiduría los componentes del triángulo Estado, mercado, sociedad. Esto ya puede sonar obvio desde que estalló la crisis financiera en 2008 y las miradas se volvieron hacia las autoridades políticas, pidiéndoles apoyos y respaldos. Pero tras los acontecimientos en los países árabes y la tensión en Europa, se hace evidente que para tener gobernabilidad en las sociedades del siglo XXI, éstas deben crear los equilibrios estratégicos en ese triángulo clave. Hoy, más que nunca, se requiere del Estado fuerte, un mercado con capacidad de crecimiento e innovación y una sociedad con protecciones y oportunidades.

Al escuchar voces de todo el mundo en la 100ª. Conferencia Internacional del Trabajo recién concluida en Ginebra, emerge una preocupación común: encontrar un modelo eficiente para absorber estos desafíos. La demanda en todos lados es: trabajo, trabajo. Pero además con un fenómeno nuevo que se suma a los indicadores clásicos de pobreza y desempleo: la cesantía de los graduados de la educación superior.

Los testimonios vienen de países desarrollados y en desarrollo, en el norte y en el sur. Se está dando un grave proceso de “decepción en la elite”, porque tras llegar al final cuando el joven profesional espera encontrar su lugar en el mercado de trabajo, ese lugar no existe. Decepción en los jóvenes, decepción en las familias, y esto multiplicado por millones por encima de todas las geografías.

Como dijo el director de la OIT, Juan Somavía, al inaugurar la Conferencia Internacional, es lo que está detrás de las protestas en las plazas de El Cairo o de Madrid. En el escenario internacional emerge una nueva era, para superar aquella levantada hace 30 años que, al final, no trajo eficiencias ni a la economía ni a las personas. La vida de millones ha perdido las certezas.

Es cierto que los países de América Latina están mejor, Chile entre ellos. Pero elevemos la mirada para ver si hay firmeza en ese supuesto, si estamos entendiendo como viene el siglo XXI. Y la forma de hacerlo parece ser aquella de la práctica histórica de la OIT: el diálogo tripartito. Buscar el escenario donde actores sociales (dirigentes sindicales con visión avanzada, mujeres como las trabajadoras domésticas que lograron en Ginebra su convenio propio); empresarios y representantes de los empleadores (abiertos y concientes de que su éxito es con la sociedad y no contra la sociedad); más gobiernos facilitadores de políticas donde los consensos sean posibles. Allá en Ginebra todos dijeron que están tratando de hacerlo, pero no todos lo logran o lo hacen en serio.

Sin embargo, la tarea parece ineludible. Hay que avanzar hacia otro modelo, ese triángulo de la nueva gobernabilidad. En palabras del director general de la OIT, se trata de impulsar un modelo de crecimiento diferente en el cual se registren “resultados productivos que combinen la fortaleza de los mercados, la responsabilidad de las empresas, la formación de los trabajadores, el poder del diálogo social y las políticas públicas, de manera que se pueda lograr un crecimiento más eficiente con justicia social”. Chile, ahora o muy luego, tendrá que hacerlo.

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