Con las municipales ha vuelto el fantasma del voto obligatorio. Considerando la gigantesca abstención, la discusión era al menos esperable. Sin embargo – y sin poner en duda la pertinencia del tema –, me atrevería a sostener que existe una problemática subyacente a la participación electoral, y que la eventual obligatoriedad del sufragio estaría lejos de solucionar.
Los datos de la última encuesta P!ensa-GFK Adimark nos indican que un 64% de los habitantes de Valparaíso creen que a los políticos no les interesa realmente lo que el votante piensa. De igual forma, sólo un 16% cree tener influencia en lo que se decida por sus autoridades. La situación tampoco mejora cuando se pregunta si se puede confiar en que los líderes hacen lo mejor para el país, donde sólo un 22% responde afirmativamente.
Estos indicadores - relacionados con la “receptibilidad” del sistema político - nos muestran que en Chile parece instalarse una sensación de apatía, cinismo e indiferencia. El problema es que estos fenómenos, a los que algunos autores llaman desafección, no sólo inciden en la abstención, sino que también en otros tipos de participación informal y en las distintas actitudes políticas necesarias (como la confianza) para la buena calidad de nuestra democracia.
Con esto, es indudable que la baja participación electoral representa un fenómeno preocupante, pero el declive de nuestro sentido cívico se muestra como una problemática algo más profunda que requiere ser atacada cuanto antes.
Pero, ¿cómo atacarla?
Pues, paradójicamente, con una de las dimensiones más damnificadas de este último proceso electoral: la regulación de nuestras campañas.
Al respecto, está bastante comprobado que algunas herramientas de campaña inciden directamente en el interés por los asuntos públicos, en el conocimiento político de los individuos y en la sensación de que el sistema responde a los intereses ciudadanos. Así, más que restringir las herramientas en virtud de la transparencia y probidad, podríamos comenzar a ampliar nuestra mirada frente a los distintos efectos positivos de la publicidad electoral.
Con todo, e independiente de otras alternativas que existan para enfrentar la apatía ciudadana, parece haber una cosa clara: si la abstención no es el problema, la obligatoriedad del voto tampoco será la solución.